Ha nacido un niño, y el niño parece bendecido. Vive en el país más rico de la Tierra y en el momento de mayor prosperidad y conocimiento de la historia. Incluso tiene unos padres interesantes: uno británico, el otro norteamericano, ambos un poco famosos por derecho propio.
“Tienes que meterte en su mente. Es algo parecido a susurrar a los caballos para controlarlos”
“Habló por el trote de ‘Betsy’. Nunca le he estado tan agradecido a un ser vivo como a ese caballo”
Rowan tiene cinco años y es un niño feliz y adaptable, pero no sabe ir al baño solo
“Por qué escupes? ¿Cómo haces fuego?”. Ésas fueron las primeras palabras de Rowan
Entonces sucede algo inquietante. Algo que podría ocurrir a cualquiera de nuestros hijos. De golpe, el niño empieza a retroceder. Primero pierde el habla, y a continuación entra en un infierno solitario. Se aparta cuando le tocan y arquea la espalda cuando le cogen. Alinea sus juguetes en fila, y tiene miedo de cosas que no deberían provocarlo. Parece no notar tu presencia, y su indiferencia hace que te sientas despreciado.