Las cuatro fases de mi Asperger
AUTISMO LLENO
Te han dicho mil veces que miras raro, que actúas raro, que tus gustos son raros, que eres rara. Como una mujer lobo a las once de la mañana. Acabas sintiéndote rara, aprendes a evitar a la gente para poder quedarte más tiempo en ese mundo tuyo perfecto y sin límites donde puedes jugar durante horas con las palabras y sus sonidos sin que nadie te cuestione.
Repites una palabra en voz alta, crees encontrar algo en su sonido, algo muy hermoso que apacigua tu sistema nervioso, algo que da sentido a tu universo. Algunos movimientos también te relajan, las ausencias resetean tu mente cuando está sobrecargada de estímulos, los tics también te ayudan a descargar la tensión. Los cabezazos contra la pared, aunque siempre deben evitarse, ayudaron a sobrellevar sonidos fuertes e hirientes cuando nadie imaginaba qué era lo que pasaba.
Si alguien te toca inadvertidamente, tu impulso es darle una hostia. Por tu incapacidad para procesar tantísimos estímulos externos, el mundo tangible casi siempre te pone en situación de lucha o huida; por el contrario, en tu mente, cuando no hay distracciones del mundo exterior, todo es abrumadoramente bello. Y muy fácil.
Concluyes que estás en un planeta que no es el tuyo, pero esto es lo que hay, todavía no existen vuelos interespaciales a esas galaxias silenciosas y mullidas con los que sueñas, y hay que ganarse las habichuelas. Además, muy, muy, muy en el fondo de tu alma, sientes algo así como un anhelo de conexión con la humanidad.
En esta primera fase, no hay demasiado espacio en ti para prestar atención a ese anhelo. Primero hay que sobrevivir y sabes que el estudio y el trabajo es lo que te permitirá hacerlo. Luego, no te quedará otra que insertarse en la sociedad.
Las cuatro fases de mi Asperger
AUTISMO DECRECIENTE
Tras obtener el título universitario, te apuntas a un curso tras otro para aumentar tus probabilidades de incorporarte con éxito al mercado laboral, has aprendido idiomas y se te dan bien, absorbes la informática como un nativo digital, pero fallas en lo más básico, en eso que todo el mundo menos tú sabe hacer de manera innata: la interacción con los demás.
Es como en el colegio o la universidad, pero a lo bestia, lo que ahora está en juego es tu capacidad para ganarte la vida, tu supervivencia. Todo te sale al revés, interpretan tu manera de mirar como ofensiva, te crispan las luces fluorescentes de la oficina, el sonido de la radio o el hilo musical te taladran la cabeza.
Tienes la voz de alguien que protesta en una oreja; en la otra, una canción de Mecano; en la nariz, el aftershave del que tienes al lado, el perfume de la que está en la mesa de enfrente y el jamón del bocadillo que lleva en su maletín; los ojos leen en morse por el parpadeo de los fluorescentes que solo tú ves. Tu jefe te dice hasta la saciedad que no hace falta que seas tan sincera, que tu honestidad duele, dejan de pedirte tu opinión. Todos los días regresas a casa hecha un guiñapo. Entras en crisis cada vez que tienes que estrenar ropa de oficina, es áspera y dura.
Te siguen llamando rara, pero en tu mente sigue habiendo un único objetivo, la supervivencia, ganarte la vida, así que vuelves a ser un animal en la selva que ha de enfrentarse a diario a miles de amenazas para salir adelante.
Tu trabajo es bueno y lo sabes. Lo sabes porque algunos lo copian y ponen su nombre en él. También lo sabes porque a veces, incluso en ese entorno tan hostil para ti, encuentras gente que te aprecia, te lo dice y te hace sentirte bien.
Ahora, te preparas para eso que todo el mundo menos tú sabe hacer y no se te ocurre otra cosa que empaparte de telediarios, estudiar al presentador desde todos los ángulos, repetir lo que dice, imitar su tono de voz y su manera de mirar a la cámara. Lo repites una y otra vez delante del espejo, te grabas, pero no funciona… alguien te dice que hablas como un presentador de televisión. Así que buscas otro modelo más de andar por casa, imitas a todo el mundo: la modulación de la voz de esa actriz, la forma de mirar al interlocutor de tal político, el movimiento de manos de la panadera.
Para hablar con los demás, aprendes a mirarlos a la frente, sus ojos revelan información que no deseas saber, a veces incompatible con sus palabras. Hay que evitar mirar a los ojos para no perderse en esos datos silenciosos, pero has de hacerlo de manera que no se ofenda; mirar a la frente es perfecto, nadie se da cuenta de que evitas lo que sus ojos esconden para no distraerte de lo que te dice.
Adoptas las palabras que se supone que tienes que insertar en tus frases y las metes con calzador, aprendes frases enteras de películas que, después, repites fuera de contexto y te miran como si estuvieras chiflada. Te equivocas mucho, la mayoría de la gente lo nota, pero vuelves a imitar, te esfuerzas, esta vez ya te sale mejor; te has vuelto a equivocar de nuevo, sigues sin hacerlo bien. Nunca dejas de ensayar. Ensayas, ensayas y ensayas hasta que empiezas a parecer normal, hasta que ya puedes colársela a la sociedad. Algunas cosas nunca las superas, los ruidos, algunos olores y las luces fuertes siempre te molestarán, contra eso no puedes luchar.
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AUTISMO CRECIENTE
Por fin dan con el diagnóstico (¡qué alivio saber que no estás loca, que no eres plurifóbica, que no tienes un trauma de infancia!). La neuróloga dice que no lo entiende, que es inexplicable, “pero si lo tuyo es de manual, chiquilla”. Sabes que no puedes aspirar a la capacidad de gestión de los estímulos externos de un neurotípico, pero descubres las gafas de cristales azules, los ejercicios de respiración, los cascos antirruido, las viseras, los calcetines de compresión, las mantas ponderadas y los betabloqueantes para situaciones de máximo estrés (las resonancias magnéticas, las ferias del libro, algunas reuniones con luces fluorescentes en espacios cerrados).
Descubres que puedes trabajar como autónoma (y como una autómata) desde tu casa, que puedes poner fin a ese suplicio, que hay trabajos que se pueden hacer en un entorno seguro.
Sigues los consejos de los grandes, devoras los libros de Temple Grandin, Tony Atwood, Olga Bogdashina, Manuel Casanova; aprendes recursos que te facilitan la vida. Te haces fuerte. Vuelves a estudiar, a organizarte, te construyes un trabajo a tu medida, una vida a tu medida. Adquieres una vivienda, te casas, tienes tu grupo de amistades. Estás bien, te sientes bien, cada vez mejor. Además, tus ensayos, al final, han dado resultado; ya nadie creería que, en el fondo, estás actuando.
De hecho, tu actuación es tan buena que olvidas por completo que tu manera de hablar, interactuar, sonreír, mirar es solo una actuación. Vives en ese teatro y piensas que, por fin, hay un poco de paz en tu vida. Aunque, a veces, también adviertes un vacío inexplicable, sobre todo por la noche. La gente te valora, te pide consejo, te aprecia. No obstante, ¿a quién valora, a quién pide consejo, a quién aprecia en realidad? ¿A ti o a la máscara que te has puesto para encajar en una sociedad neurotípica que no acabas de entender?
Las cuatro fases de mi Asperger
AUTISMO NUEVO
La máscara se hace pesada a veces. Estás de cena con unos amigos, dices lo que se supone que tienes que decir en esos momentos, hablas como se supone que tienes que hablar y de lo que se espera de ti que hables; “qué bueno está este vino, ¿qué tal en el trabajo?, ¿cómo decías que se titulaba esa serie que estás viendo ahora?”, pero en tu alma hay otros temas de conversación que piden salir a gritos; “¿cómo te sientes realmente?, ¿qué piensas del momento que nos está tocando vivir?”.
Poco a poco, ya te has distanciado de la conversación y ahora juegas con esa palabra que alguien pronunció hace un rato. Entusiasmo, entusiasmo, entusiasmo, llevar un dios dentro, ¿llevo un pequeño dios dentro?, si llevara un dios sería Hermes, entusiasmo, entusiasmo, en tu miasma, en tu sismo.
Hablan de su trabajo y tú ahora estás dentro del libro que acabas de terminar, saboreas una vez más Una trenza de hierba sagrada, tratas de recordar qué tipo de planta usan los potawatomis para hacer esas trenzas tan bonitas… era una planta brillante… Qué hermosa la idea de hacer una ofrenda así, qué apaciguador es el sentimiento de gratitud hacia la naturaleza por todo lo que nos ofrece, qué bien sienta esa conexión con los árboles, los animales, las nubes, el sol, las montañas, el agua; sentirse parte de todo eso, también con tus responsabilidades, claro, porque tú también formas parte de este milagro de belleza…
Ya solo me faltan los humanos.
Sin la máscara, sin el teatro, no habría llegado hasta aquí, me habría quedado en la segunda fase, la que yo llamo autismo decreciente. Sin la máscara posiblemente no habría sobrevivido, no habría tenido la oportunidad de hacerme fuerte, no habría podido acceder al mercado laboral de la manera que lo hice, no habría tenido tantos amigos. Pero, ahora, necesito conectar con el otro desde lo que soy para llenar ese vacío que siento a veces, conectar sin la máscara, desde mi mente autista, recuperar la espontaneidad y el ensueño… Da mucho miedo, no sé por dónde empezar. ¿Dónde está mi tribu?… ¿Hola?
Acerca de la Autora:
Luz Monteagudo
En los últimos 18 años me he dedicado a la traducción, edición de mesa y lectura de manuscritos. En ese tiempo, he tenido el honor y la responsabilidad de traducir autores que admiro, Peter Levine, Sally Kempton, Martine Delvaux… También me he peleado con manuales de autoayuda que solo ayudaban al autor a hacer caja
y algún que otro ensayo infumable con el único objetivo de poder pagar las facturas y llenar la nevera.
En la actualidad, trato de profundizar todo lo que puedo en mis obsesiones: el autismo, las tierras árticas y la respiración consciente.
Dispongo de una gran capacidad de liderazgo con mi perro y uno de mis gatos (la otra me lidera a mí), así como una exquisita habilidad para salirme por la tangente sin levantar demasiada polvareda cuando intuyo que las cosas se están poniendo feas. Con los años, he desarrollado un profundo conocimiento de quién soy, qué
quiero (lo que tengo) y qué no esperar de una sociedad enferma (la inclusión de la mente autista en todos los ámbitos de la misma), lo cual se ha traducido en más tiempo libre para hacer lo que me da la gana y dejar de romperme la cabeza por lo que es irremediable.
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