Autismo, escuela, fármacos y médicos: Una reflexión

Recientemente tuve una conversación con un neuropediatra sobre el aspecto del uso de fármacos psiquiátricos en niños con autismo. En concreto se abordaba la situación de que un niño con autismo que tiene fuertes episodios de ansiedad que desembocan en conductas problemáticas, incluyendo autoagresiones, estando estos episodios ansiosos relacionados directamente con el colegio. Y no desde la visión de que los colegios son centros de maltrato para niños con autismo, sino desde la visión de que no siempre los centros escolares están entendiendo adecuadamente las especificidades que el alumno con autismo tiene.

Ante una situación así, donde realmente existe un sufrimiento en el niño, el neuropediatra entiende que en el niño hay un sufrimiento, algo que -como es obvio- el médico considera inaceptable, y por tanto toma las medidas que considera están a su alcance para intentar eliminar el sufrimiento de su paciente. Hasta aquí, impecable. Ahora bien, es en ese mismo momento donde surgen ciertas reflexiones que entiendo es necesario realizar.

Si hacemos un pequeño repaso a la situación descrita, la cual es mucho más habitual de lo que podamos pensar, vemos que tenemos a un niño que presenta cuadros de ansiedad y estrés motivados por su asistencia al colegio, y esta tensión emocional desemboca en conductas inadecuadas y problemáticas. Sabemos que los colegios son un lugar donde es muy fácil que un niño con autismo se sienta mal, hay mil y un motivos para que esto suceda, pueden ser causas aisladas o combinadas, aquí expongo las más habituales, aunque no las únicas:

  • Saturación sensorial: Demasiados ruidos, olores, luces,…, que generan una respuesta defensiva por parte del niño y motivado por un desorden sensorial no abordado.
  • Incomprensión del entorno y de las situaciones: Debido a problemas de comunicación, el colegio puede ser un lugar muy estresante, donde el niño no sabe muy bien que se espera de él en cada momento. Muchas veces se realizan demasiadas instrucciones verbales que el niño es incapaz de entender.
  • Desorientación espacial: Muchos niños con autismo tienen problemas de orientación espacial, lugares mal señalizados o señalizados de forma no adaptada, pueden generar situaciones donde el niño se sienta perdido, generando un estado de miedo. Muy habitual en colegios grandes.
  • Falta de anticipación: Centros que no utilizan apoyos visuales o que los usan de forma inadecuada, generando en el niño una situación de ansiedad ante no saber qué va a suceder a continuación, o de tener ideas equivocadas de lo que va a suceder.
  • Sobreexigencia: Es fácil que al niño se le exija por encima de sus posibilidades. En muchos casos el educador lo trata como a cualquier otro niño, pretende que el niño no sea diferente, es una actitud que inicialmente es buena pero genera malos resultados. No, los niños con autismo no son iguales en su forma de entender, procesar o responder al resto de niños de desarrollo típico. Una cosa es que tengan los mismos derechos que los demás, y otra cosa es pretender que su diferencia desaparezca.
  • Acoso escolar: Los niños con autismo sufren acoso en un alto porcentaje, a veces nadie quiere darse cuenta, a veces realmente nadie se da cuenta.
  • Mala formación del profesorado: En muchos casos los profesionales de la educación tienen ninguna, poca o mala formación para trabajar con niños con autismo, esto hace que o bien presenten un fuerte rechazo a estos niños o sencillamente, a pesar de sus esfuerzos, consigan un mal resultado, motivado por su falta de conocimiento.
  • Poca atención especializada: Hay veces que el niño recibe poco tiempo de calidad por parte de profesionales, es fácil verlos en los tiempos de patio solos dando vueltas sin un sentido real. Esta situación es muy frecuente y genera también una sensación de aislamiento en el niño.

Todo esto provoca en el niño malas conductas, estados de ansiedad, miedo, baja autoestima, frustración, etcétera. El resultado de un entorno poco amigable se convierte en el detonante de estas situaciones, las cuales afectan negativamente en la salud física y psíquica, y por consiguiente, la familia acude a quienes trabajan la salud. Y aquí viene la parte dos.

Cuando se conjugan estos factores que generan estos cuadros complejos, el niño acaba en la consulta del neuropediatra o del paidopsiquiatra, quien como hemos visto al inicio intentarán que el sufrimiento del niño se atenúe o desaparezca, y lo harán con lo que tienen a su disposición, fármacos. No pretendo juzgar si el fármaco es bueno o malo, eso ya se ha hecho. Cualquier buen profesional sabe diferenciar cual es un buen fármaco y cual no. Ahora bien, si un médico tiene un niño con esos cuadros descritos al inicio hará algo, sí o sí, es su trabajo, es su responsabilidad y su obligación ¿Cual es el problema?, que entiende que sólo dispone de fármacos para atajar esas situaciones. Ahora bien, ¿si el problema lo genera el colegio, por qué medicamos al niño? Es decir, necesitamos reducir los episodios inadecuados del niño provocados por un entorno agresivo medicando al niño, ¿y si inventáramos un fármaco para el colegio? Y no me refiero a que mediquemos a los maestros, sino al sistema. Porque cada vez está siendo más habitual que el profesional de la salud pida la desescolarización temporal del niño, de esa forma dispone de tiempo para poder regular al niño, trabajar con la eliminación del estresor y poder evaluar con el equipo docente cual son las carencias o aspectos que pueden alterar al niño.

Realmente que un médico solicite la desescolarización de un niño es una acción de impacto a todos los niveles. En primer lugar el médico es una autoridad, a nadie se le va a ocurrir llevarle la contraria a un neuropediatra o psiquiatra infanto-juvenil cuando toma una decisión así, que no es fácil. Pero además hay una cadena de responsabilidad. Es decir, ¿qué pasa si un niño, que está en una situación así y cuyo médico solo se limita a dar un fármaco, acaba con consecuencias físicas o psíquicas graves? ¿De quién es la responsabilidad? Si tenemos en cuenta que el niño está bajo a salvaguarda y atención de un especialista de la salud y este no toma todas las acciones y medidas a su alcance, podemos derivar la responsabilidad en el propio médico. Ya que tomó una actitud laxa ante una situación compleja. Porque en el colegio no son responsables de los aspectos sanitarios, el colegio se limitará a decir que hizo lo que estaba en su mano en lo referido a lo educativo, se haya realizado bien o mal. Pero si los efectos son de salud, y el médico estaba informado, derivar responsabilidades es fácil. La patata caliente está en las manos del médico.

Ahora bien, todo esto lleva a un proceso de responsabilizar al niño de sus acciones, es decir, el niño tiene un mal comportamiento debido a una situación de estrés y le damos al niño la pastilla y la responsabilidad de portarse adecuadamente. Por poner un ejemplo, imaginen que un médico tiene a un paciente, de profesión minero, al cual le diagnostica silicosis, y el médico, en vez de darle la baja laboral, y si es necesario incapacitarlo para ese trabajo, sencillamente le da más fármacos para tratar su dolencia, pero permite que el trabajador siga en la mina, por muchos antitusígenos o broncodilatadores que le prescriba, el daño seguirá en aumento. Es decir, si el problema de salud vienen dado por el entorno laboral, lo que hay que hacer es “eliminar” ese entorno laboral perjudicial para la salud. Bien, pues en el niño con autismo es algo así, el colegio es el lugar “agresivo” que le provoca las alteraciones y en vez de eliminar aquello que lo altera le damos un fármaco para intentar que el niño pues sea capaz de resolver gracias a una ayuda química. Hemos trasladado al niño la responsabilidad del cambio, algo que es a todas luces un imposible.

Por tanto, existe una reflexión profunda que el profesional de la salud debe realizar, si un niño está sufriendo por un motivo específico como el que se aborda aquí, quizá en vez de intentar modelar al niño de forma química, quizá sea más fácil modelar el colegio de forma social. Es más barato, más saludable y conseguirá que en un futuro otros niños no tengan que pasar por lo mismo. Daremos menos fármacos y haremos que el colegio tome conciencia real de los efectos que puede producir en sus alumnos, tanto a nivel negativo como, por supuesto, positivos.

No creo que los docentes deseen maltratar a un alumno con autismo, pero a veces no son conscientes de la tremenda especificidad que un niño con autismo puede presentar. Muchas veces los tratan como a cualquier niño en un intento de incluirlo, que en su base es algo bueno, pero en la práctica quizá olvidemos las necesidades reales de ese niño en concreto. También es cierto que cuando un médico recomienda la desescolarización temporal de un niño con autismo está poniendo de manifiesto el fracaso del colegio, puede ser visto como un duro juicio a su labor, pensando que quizá el médico está juzgando su capacidad docente, cuando el médico de eso no sabe, pero quizá no perciban que el médico está preservando la salud de su paciente, ya que está obligado a ello, cosas del juramento hipocrático. Creo que ante una situación así el colegio no debe verlo como algo malo, es obvio que se ha juzgado su trabajo, pero debe ser un acicate para mejorar, para trabajar en equipo en pro de resolver los problemas o carencias que quizá el colegio no supo ver respecto a las necesidades de uno de sus alumnos.

Manuscrito bizantino del siglo XI en el que está escrito el Juramento hipocrático en forma de cruz. Biblioteca Vaticana.
Manuscrito bizantino del siglo XI en el que está escrito el Juramento hipocrático en forma de cruz. Biblioteca Vaticana.

Necesitamos de médicos valientes que no antepongan cuestiones puramente administrativas a la verdadera función del médico, y también necesitamos docentes suficientemente humildes para reconocer que ellos, como seres humanos que son, también se equivocan. Aceptar todos nuestras limitaciones debe enseñarnos a trabajar juntos para avanzar. Nuestra máxima responsabilidad es el bienestar de nuestros niños, ellos son nuestra responsabilidad presente, pero son nuestro legado al futuro.

Juramento hipocrático de la Convención de Ginebra

  • En el momento de ser admitido entre los miembros de la profesión médica, me comprometo solemnemente a consagrar mi vida al servicio de la humanidad.
  • Conservaré a mis maestros el respeto y el reconocimiento del que son acreedores.
  • Desempeñaré mi arte con conciencia y dignidad. La salud y la vida del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones.
  • Respetaré el secreto de quien haya confiado en mí.
  • Mantendré, en todas las medidas de mi medio, el honor y las nobles tradiciones de la profesión médica. Mis colegas serán mis hermanos.
  • No permitiré que entre mi deber y mi enfermo vengan a interponerse consideraciones de religión, de nacionalidad, de raza, partido o clase.
  • Tendré absoluto respeto por la vida humana.
  • Aún bajo amenazas, no admitiré utilizar mis conocimientos médicos contra las leyes de la humanidad.
  • Hago estas promesas solemnemente, libremente, por mi honor.

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6 comentarios en «Autismo, escuela, fármacos y médicos: Una reflexión»

  1. Gracias Daniel Comín por poner en contexto lo que se convirtió en cotidiano aquí… remitir al médico para que ojalá le prohiba el colegio o para que le formule la pastilla que a los maestros les aliviane la jornada con un alumno particularmente difícil. En esto de asumir responsabilidades, mejor se las asignamos a una persona que nació diferente y de malas, como muchos abanderados de la inclusión dicen por acá: De malas y siguen hablando de autismo entre rosa y azul. Perdona el tono de mis palabras, es que no puedo ser neutral cuando mi hijo está en casa a pesar de la lucha por un derecho.

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  2. Lo que no se puede es pretender que con el título de colegio inclusivo o la integración total y demás demagogias los problemas se eliminan. Los curriculums académicos no se adaptan, los apoyos no llegan, en las aulas CyL dan hasta inglés (ya ves tu que bien) pero es un cole integrador y con eso vale. Así están los niños, que no saben por donde les viene el “bofetón” diario y quien más quien menos termina en conductas disruptivas. La solución es la más fácil de todas: la medicina y a sedar al niño. No digo que no haya casos en los que es necesario y justificado pero no me quiero imaginar donde estaría mi hijo y sus padres de no haberlo sacado de su cole ordinario y llevado a un cole especializado (sí la educación especial que tanto miedo nos da a los padres) en donde le el curriculum es particular para cada alumno, la ratio adecuada y la atención global de las necesidades de toda la familia un hecho. Creo que se puede hacer (que además saldría más barato) y muchos niños y adolescentes no tendrían que llegar a medicarse.

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  3. Me parece un excelente artículo. Los elementos que más destacados, en mi opinión, son los siguientes:

    a) La lista de factores que anotas y que pueden ser desencadenantes de problemas conductuales en niños con TEA en un centro escolar.

    b) Al revisar esa lista uno puede darse cuenta, fácilmente, que hay muchas cosas que hacer antes de considerar el uso de un fármaco. Es probable (en un muy alto porcentaje de casos) que después de actuar sobre esos factores no exista necesidad de entrar en consideración de apoyos farmacológicos.

    c) Planteas algo muy interesante y válido: no tenemos que medicar a un niño por el fallo del sistema. Estoy de acuerdo en la necesidad de fabricar “fármacos institucionales”. No podemos caer en el juego de medicar al niño para que los adultos estén contentos…

    Por último: siempre AutismoDiario ha sido un lugar decidido en la lucha por la defensa de los niños, adolescentes y adultos con TEA, pero últimamente creo que toda la comunidad estamos un poco aguerridos. Pareciera que hay que aumentar la lucha, el combate a las ideas y procedimientos inadecuados.

    Gracias por escribir esto.

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    • Estuve en el psiquiatra con mi hijo hace una semana, le comenté que estaba ansioso y tenía problemas de sueño. En mi afán de darle pautas para que orientara su decisión, le dije que estaba fuera del sistema escolar y que su ansiedad era volver al colegio y su falta se sueño debido a la ausencia de rutinas que consumieran su energía. (La verdad necesitaba que me generara la autorización para terapéuta acompañante, que desde luego negó) el caso es que del consultorio salí con una orden para unas pastillas que le ayudarían a dormir… y confieso que durante dos noches se las suministré porque el problema es serio. Pues nada mi hijo (todo un caso de estudio) se puso más insomne que nunca y los efectos secundarios si se hicieron automáticos. Arrojé las pastillas a la basura y me cuestioné y me enojé… y pues sigo en la lucha buscando lo que mi hijo en realidad necesita: una vida feliz.

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