Es una de mis películas favoritas, así que escribir este ensayo me ha concedido el regalo de volver a verla. Una vez más. La película de Ridley Scott, estrenada en 1982 y protagonizada por Harrison Ford, con un reparto tan interesante como Rutger Hauer, Sean Young, Edward James Olmos, o Daryl Hannah, está libremente basada en una novela de Philip K. Dick titulada ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968).
La película es una mezcla de cine negro y ciencia ficción y se sitúa en el año 2019 en una megalópolis, Los Ángeles, donde conviven rascacielos inmensos con aspecto de pirámide maya, edificios abandonados, puestos callejeros de venta de comida, todo bajo la cortina de una lluvia prácticamente constante. El mundo es ya global, los grandes iconos de la ciudad son pantallas gigantes con anuncios de multinacionales japonesas y norteamericanas, aunque quizá en 2019 serán realmente de empresas chinas o indias.
Es curioso ver cuál era la imagen sobre nuestra década, la del 2010-2020, en 1982, el año en que Blade Runner fue estrenada: los coches vuelan, los habitantes de la Tierra tienen colonias en el espacio y fabrican unos robots humanoides, los “replicantes” usados para trabajos insoportables, para la guerra o para el sexo. Y sin embargo, leen periódicos en papel y para hacer una llamada a “la guapa”, Rick Deckard (Harrison Ford), el protagonista, tiene que meterse en una cabina telefónica donde eso sí, hay videoconferencia. Los teléfonos móviles e internet no se vislumbraban por los escritores futuristas hace unos pocos años pero pensaban que por bioingeniería haríamos copias idénticas, con mayores prestaciones, de nosotros, los humanos. Son difícilmente distinguibles de nosotros y en contraste, mostramos nuestra “inhumanidad” con ellos, con nuestras “creaciones”: los replicantes no pueden volver a la Tierra y tienen una fecha de caducidad impuesta por sus diseñadores humanos, cuatro años, para “evitar que desarrollen emociones”. Parece una vez más, el mito del Dr. Frankenstein y su “criatura”, condenada a una vida de sufrimiento y rechazo por la sociedad.
El argumento de la película trata de un grupo de replicantes que se rebela contra esa muerte programada y vuelven a la Tierra en busca de una solución, de una esperanza. ¿Qué hay más humano que renegar de la muerte, buscar la inmortalidad o al menos prolongar la vida? Y sin embargo, Deckard, un policía quemado y desencantado, un blade runner, tiene que “retirarles”, es decir, perseguirles y ejecutarles. La muerte es un hilo recurrente en la película, tanto en los replicantes que buscan huir de ella como para Deckard que les va liquidando uno tras otro. Hay guiños escondidos por distintas escenas; por ejemplo, las jugadas de ajedrez en las que Roy (Rutger Hauer) aconseja a Sebastian (William Sanderson), para ganar a Tyrell, es una parte de “La inmortal” una partida legendaria jugada en 1851.
Otros tema neurocientífico de la película es la simpatía, la complicidad entre personas que sufren, que se ven apartadas del “normal”, algo que conocen numerosas personas afectadas por trastornos mentales. Se ve en la relación que se establece entre J.F. Sebastian, que fabrica autómatas, que se construye sus propios amigos, y los replicantes. Con ellos comparte su poca esperanza de vida ya que sufre un síndrome de Matusalén, un trastorno genético que acelera el envejecimiento. Los replicantes le matan también sin darse cuenta de que, en cierta manera, es uno de ellos.
También es clave en la película la memoria, su fragilidad y su capacidad de traicionar, la posibilidad de implantar recuerdos falsos. Algo que afecta a Rachel (Sean Young) y, quizá, al propio Deckard. Es posible que Deckard fuera también un replicante. En el montaje del director, Harrison Ford sueña con un unicornio y en la última escena de la película, Gaff (Edward James Olmos) le deja un unicornio hecho con papiroflexia sugiriendo que Gaff conoce sus sueños porque ha tenido acceso a sus memorias implantadas. O quizá todos soñamos con las mismas cosas. Sobre las memorias implantadas, hay numerosos experimentos donde se demuestra que se puede hacer creer a alguien que algo sucedió en el pasado cuando en realidad no fue así. A menudo lo hacemos con nosotros mismos. Nuestra memoria no es un registro fotográfico sino que es continuamente modulada por nuevas experiencias, informaciones, interpretaciones nuestras y ajenas, a menudo, para quedar bien con nosotros mismos.
Son también sugerentes las implicaciones morales y religiosas ante el hecho de dar vida: Tyrell es el “creador”, responsable también de la vida de sufrimiento y angustia de los androides y, al mismo tiempo, última esperanza para ellos de un milagro, de una solución que les alargue la vida. Los replicantes se revuelven contra él y terminan asesinándole en una versión violenta de “matar al padre”, de rebelarse contra su creador.
Un cineasta es alguien que mira, que tiene una percepción, que nos genera una visión. Los ojos son otra referencia de la película. Desde el especialista Chew (James Hong), que fabrica ojos y reconoce los de Roy igual que reconocemos un vínculo familiar, hasta el asesinato de Tyrell en el que Roy le clava los pulgares en los ojos hasta cegarle primero y matarle después. Es quizá una metáfora sobre nuestra imagen del mundo, algo que a la vez nos une y nos separa, sobre no querer ver o que otros vean, aquello que no nos gusta. Podríamos hablar también de la interlingua que usa el policía Gaff y el procesado cerebral del lenguaje, del poder deshumanizador de las grandes multinacionales (Tyrell Corporation) y su tratamiento esclavista de los androides con la policía omnipresente y los focos que penetran la privacidad de los edificios. Ridley Scott genera un ambiente “inhumano” que ayuda a borrar esas fronteras difusas entre hombres y androides. Un mundo sin familias ni árboles, donde salvo la paloma que vuela de las manos de Roy al final de la película, no se ven otras especies diferentes a la nuestra. La serpiente es también un robot y su propietaria, Zhora (Joanna Cassidy) explica que si tuviera dinero para pagar una verdadera, su vida sería otra.
Pero de todo esto quizá lo más sugerente entre la película y la Neurociencia es pensar qué nos hace humanos, porque los androides quieren ser como los demás, como nosotros, pero nadie parece muy feliz en esa civilización. Incluso la historia de amor tiene un episodio de cierta violencia cuando Deckard impide que Rachel deje su cuarto golpeando la puerta y le fuerza a un beso. Al igual que en las preguntas sobre el tratamiento a los animales, quizá nuestro nivel de humanidad depende de cómo tratamos a los demás.
Los trastornos del espectro del autismo incluyen, como el nombre indica, una amplia variedad de déficits relacionados con la sociabilidad. Daniel Lauffer tiene un interesante artículo relacionando Blade Runner con el síndrome de Asperger. Las personas con síndrome de Asperger tienen buen nivel de inteligencia, han desarrollado el habla de forma normal, presentan frecuentemente un interés obsesivo por un tema y tienen dificultades para la interacción social, para entender todos los mensajes implícitos que forman parte de nuestra comunicación y nuestra estructura social. Entre ellos, las jerarquías de edad, de poder, el lenguaje corporal, las diferencias en el trato ante personas próximas y desconocidos que adoptamos desde la primera infancia, las frases de doble sentido, las metáforas y un largo etcétera. Según Simon Baron-Cohen, especialista mundial sobre los trastornos del espectro del autismo, y tío del cómico Sacha Baron-Cohen, las personas con síndrome de Asperger entienden bien el mundo físico, los objetos, pero tienen dificultades con el mundo psicológico, comprender los sentimientos y emociones de las otras personas. Todo eso les genera incomodidad en el ámbito social, donde se sienten perdidos y desconcertados, y produce también una falta de interés por las ideas y sentimientos de los interlocutores, algo ilegible para ellos, que cristaliza en una falta de empatía. Algo parecido al pecado original de los replicantes y de lo que ellos precisamente quieren huír.
La película se inicia con un blade runner, Holden (Morgan Paul) aplicando un test, la llamada prueba Voight-Kampff, que permite distinguir a los replicantes. La máquina pone a prueba a un posible infiltrado midiendo la respiración, el ritmo cardíaco, el rubor y la dilatación de la pupila ante una situación emocional. Todo ello en respuesta a preguntas provocativas, personales que indagan sobre la respuesta ante el sufrimiento de un animal, una tortuga boca arriba y sus sentimientos sobre ello. Esta prueba ficticia podría plantearse, salvando todas las distancias, como un modelo de diagnóstico del síndrome de Asperger. En la última década se han realizado numerosos estudios sobre personas afectadas por trastornos del espectro del autismo. El mismo grupo de Baron-Cohen, el tío, no el sobrino que se ponía aquel bañador inenarrable, en un diseño muy parecido al de la película, ha presentado a personas con Asperger y controles pequeños trozos de vídeo con una carga emocional, preguntándoles su interpretación. El resultado muestra que las personas con Asperger tardan más en descifrar esos escenarios, lo hacen con menor exactitud y evidencian su dificultad para entender las situaciones sociales complejas. La impresión que da la película es que los replicantes son “niños” a nivel emocional pero que están creciendo y madurando, están mejorando. Y al final, Roy perdona la vida a Deckard en lo que parece evidentemente un acto, generoso ante quien ha matado a sus compañeros y le ha herido a él mismo, de empatía de perdón, de humanidad.
En la novela de Phillip J. Dick, la situación es aún más llamativa que en la película. Los androides se mezclan con la población general y el protagonista es un cazador de recompensas que actúa mitad psicólogo y mitad verdugo. Los androides no responden ni les afecta el sufrimiento de otros. La escala Voight-Kampff está diseñada por “el Instituto Pavlov de Moscú” y se basa en la respuesta a situaciones emocionales complejas entre personas o a animales que están sufriendo. Como tantas veces sucede en la ciencia-ficción, el novelista anticipa técnicas y procedimientos que se pondrían en marcha décadas después. Hay escalas en Psicometría, como la “Awkward Moments Scale”, que podíamos traducir como una “Escala para situaciones incómodas o extrañas” donde, al igual que en la película se plantean escenas tensas emocionalmente y, también como en la novela, se miden los tiempos de latencia en las respuestas. La película, como las buenas obras de ciencia-ficción, anticipa lo que se ha desarrollado la ciencia años después.
Philip K. Dick murió en 1982, el mismo año que se estrenó la película y, por tanto, no podemos preguntarle si conoció a alguien con Asperger. Ello no obstante, en su novela no aparecen algunas de las características más típicas como intereses obsesivos o los comportamientos repetitivos. Dicho en forma clara, si los replicantes decidieran ir a la consulta de un psicólogo o de un psiquiatra no cumplirían los criterios diagnósticos para ser etiquetados como afectados por un síndrome de Asperger, pero sí debemos reflexionar sobre cómo les tratamos nosotros a ellos, que sí tenemos la capacidad de ponernos en su lugar.
Para leer más:
- Lauffer, D. (2004) Asperger’s, empathy and blade runner. J. Autism Develop. Disord. 34(5): 587-588.
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Esta y otras más informaciones de gran interés podéis leerlas en mi blog personal UniDiversidad. Observaciones y pensamientos.
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Ya decia yo que inconscientemente sentia simpatia por los replicantes, me preocupa mucho que las pruebas de deteccion temprana puedan servir para una futura exclusion si cambia la actitud de la sociedad hacia nosotros porque como decia magneto en el origen de los x-men el primer paso es identificarnos…
Sin nada que ver con la especialidad sobre Asperger o Autismo, solamente quisiera comentar la palabra “replicantes” que ya ha aparecido más de una vez en este diario. Se supone que se refiere a “réplicas”, “reproducciones”o “copias” humanas. Pero el término “replicante” no existe en español y no debería usarse algo que no existe.