El tema de los padres perfeccionistas había sido hasta ahora uno de los muchos temas pendientes para comentar en nuestros espacios de atención pública, eventos y escritos. No habíamos encontrado su momento. Siempre quedaba entre las segundas prioridades. Pero la semana pasada, luego de una visita que nos agregó un caso más, decidimos trabajarlo con un cierto sentido de urgencia.
María Fernanda entró al consultorio contenida. Pero apenas comenzó su relato, la angustia le salió a borbotones. El temor de no estar a la altura de las expectativas de los padres era, claramente, intenso. Quizá no merecía su cariño, se recriminaba. En su ansiedad, expresaba que sentía que ellos esperaban de ella un rendimiento que cada vez más le parecía que ella no podía dar.
Era un caso más de angustia de una mente adolescente que vive en superlativo una emoción que le desborda.
Quedamos impresionados y decidimos abrir la conversación con algún apremio, plantearíamos preguntas en nuestros instagram @redparacrecer, un pequeño video en @psicopedaleando, expondríamos el tema en el espacio de atención pública para padres y docentes que todos los jueves hacemos en Clubhouse, dentro del Club de autismo en español, escribiríamos un artículo para Autismo Diario y quizá, más adelante, algunos eventos más. Pero definitivamente era un tema que había que poner cuanto antes encima de la mesa.
Los padres perfeccionistas
La ansiedad que se produce en hijos sobre exigidos por sus padres puede ser peligrosa y por ello nuestro apremio. Ocurre además en todas las edades. La hemos visto en niños, adolescentes y adultos, sólo que en la adolescencia se encuentra con los amplificadores que conocemos.
La intención de este escrito es, así pues, la de ayudar a la consciencia de que es algo que puede suceder, por lo que es bueno aprender a leer los síntomas, entender los trasfondos y tener idea de lo que debemos cambiar en estas situaciones.
Lo que aquí expresamos no tiene que ver con familias donde falta atención y afecto, sino todo lo contrario, se trata de un problema que ocurre en hogares donde los padres están muy pendientes de los hijos, sólo que no se dan cuenta del efecto negativo que tienen algunas de las presiones y exigencias que les hacen.
En la intención de estimular a nuestros hijos debemos reconocer, como en todo proceso educativo, que hay rayas amarillas, límites emocionales, líneas que a veces conviene no traspasar. No se debe generar ansiedad. Hay que evitar el exceso de críticas y autocríticas. No debe haber miedo al fracaso. El miedo a equivocarse es un freno en la vida.
Es muy importante captar este mensaje, porque típicamente la ansiedad expresa algo vital que quizá está incubándose más adentro. Así como la fiebre puede ser el síntoma superficial de una infección que crece
internamente, la ansiedad es lo que vemos sobre la superficie, la punta del iceberg de un problema de fondo que puede estar desarrollándose en el interior de nuestro hijo. Quizá hay un autoconcepto desvalido que requiere un drenaje antes de que se transforme en una gran depresión.
Pero vayamos desde el principio y con calma.
Es bueno que los padres estimulen a sus hijos, que le trasmitan el valor de las metas, de los objetivos, que cultiven con ellos aspiraciones. Es bueno que el amor filial los inspire a superarse cada día, que les fortalezca la voluntad, e incluso, que promueva en ellos un cierto sentido competitivo acompañado de valores.
El problema que observamos en algunos casos es que hay mensajes como “tienes que ser el primero” que se dice y se repite una y otra vez para expresar una exigencia en la clase, el deporte, la música, la competencia en general.
Hemos visto padres que inquieren a sus hijos porque en una o dos de las asignaturas no sacaron la máxima nota, o al menos la mejor de la clase. Esa pregunta, formulada adecuadamente, no es intrínsecamente mala, pero el punto es que con muchísima facilidad puede transportar antivalores y sembrar tensiones innecesarias. Esto último es más habitual cuando estamos ante padres perfeccionistas.
Vivimos en un mundo donde hay casi ocho mil millones de personas. Esto significa que es prácticamente imposible que seamos el primero o el último en relación a cualquier actividad, comportamiento, facultad o competencia. Por lo que nuestro mensaje debería ser siempre más cuidadoso, más relativo.
Es delicado exigir que debes ser el primero. La meta puede ser imposible, o en todo caso incontrolable totalmente y por ello puede conducir a la frustración. Esta puede darse incluso, aun siendo el primero o el mejor dentro de un cierto grupo.
La orientación, como mostraremos en lo que sigue, puede llevar a nuestros hijos a un lugar emocional donde no nos gustaría verlos y puede transportar valores que, como dijimos, no son necesariamente positivos.
Muy distinto es estimular la superación de la propia marca, del propio récord, de propio sentido de avance y superación.
Parte del origen del problema de las exigencias de padres perfeccionistas en algunas familias se genera desde elementos de tipo cultural lamentablemente bastante difundidas: La cultura de las demostraciones de inteligencia y la cultura de la competencia exterior. Las explicamos a continuación y entregamos algunas distinciones, pensando en que puedan ser útiles para construir alternativas más productivas, más sanas, que tomen adecuadamente en cuenta las emociones y preparen mejor a nuestros hijos para las vicisitudes de la vida.
La cultura de las demostraciones de inteligencia
Siempre nos llama la atención como los padres comentan y resaltan las demostraciones de inteligencia de sus hijos. Ocurre en general. En particular, cuando estos están dentro del espectro del autismo, vemos que muchas veces los padres se apresuran a mostrar las evidencias de la inteligencia de sus hijos, como si esta fuera, en sí misma, un salvoconducto para su éxito en la vida.
Lo observamos en las visitas familiares. Siempre hay una ocasión para comentar que los hijos son inteligentes, mira lo que dijo, mira lo hace. Eso no está mal. Lo que contrastamos es que no solemos escuchar a los padres destacar, en la misma proporción, como sus hijos son felices o como transitan por la senda de la sabiduría.
Es interesante. Pareciera que los padres están más pendientes de la inteligencia de los hijos que de su felicidad.
Quizá implícitamente encerrados dentro de una noción muy difundida pero poco realista de que la felicidad es un estado que depende de la suerte o de factores externos.
La realidad no es así. Como bien lo explican los estudiosos del tema, la felicidad tiene más que ver con cómo interpretamos lo que acontece y lo que nos ocurre que lo en lo que propiamente sucede. Con los mismos hechos, con el mismo acontecer, podemos hacer una redacción positiva, optimista, feliz, o una redacción negativa, pesimista, apesadumbrada.
Esto merece la pena observarlo y subrayarlo. Porque si la felicidad depende de nuestra interpretación y no de los hechos en sí, es algo que podemos aprender las personas y, por tanto, es algo que los padres podemos transmitir a nuestros queridos descendientes.
Es decir, podemos enseñar a nuestros hijos a ser felices. Podemos ocuparnos más de como los ayudamos a desarrollar esta capacidad, a que sean conscientes de las características que les abren esas puertas, que aprendan a reconocer, a construir y a destacar las interpretaciones de los hechos que los llevan a crecer humanamente, a sentirse bien, y a tomar decisiones sabias. Es un camino más productivo que estar pendientes de que desarrollen su inteligencia y que lo demuestren ostentosa y públicamente.
Vale aclarar, no está mal que nuestros hijos desarrollen su inteligencia. Lo que complementamos es la afirmación de que es bueno que distingamos que inteligencia, bienestar y sabiduría, no siempre apuntan en la misma dirección, si bien es cierto que muchas veces son caminos que se entrecruzan.
En síntesis, muchas veces vivimos ocupados en la cultura de las demostraciones de inteligencia, en lugar de ocuparnos del desarrollo de la cultura de la felicidad y la sabiduría. Enseñar a nuestros hijos a ser más felices y más sabios debería ser más prioritario. No olvidemos que una persona muy inteligente puede vivir una vida triste dentro de la cual permanece casi siempre en un estado deprimido.
La cultura de la competencia exterior
Otro aspecto que conviene observar es que el perfeccionismo que a veces exigimos a nuestros hijos está vinculado con un sentido de competencia que se caracteriza por mirar hacia afuera. El espíritu competitivo es, intrínsecamente, un estímulo que invita a la superación, que promueve identificación, compañerismo, atención, concentración. Las competencias de todo tipo, académicas, deportivas, culturales, son actividades interesantes que pueden ser muy positivas.
Pero hay una cultura de la competencia exterior, donde competimos contra lo que está fuera de nosotros y donde, por ello, puede ser posible cualquier resultado. Siempre puede haber alguien mejor, siempre puede ocurrir algo inesperado.
De la comprensión de estas posibilidades alternativas a la victoria se desprende dos hilos de ideas: Uno es la importancia de desarrollar en nuestros hijos la cultura de la competencia interior. Un espacio perceptivo donde nos medimos con nosotros mismos. Cuando hacemos eso, el resultado es siempre positivo. ¿Qué importa que esta vez llegué de séptimo si mejoré mi tiempo personal? No soy el primero… ¡qué importa! Si cada vez lo estoy haciendo mejor.
Bajé la nota, es cierto, pero qué bueno que ahora tengo mayor conciencia de cuáles son las áreas que no domino, los temas que me cuestan, el tipo de enunciados que me confunden, los cuidados que tengo que tener, lo injusto que son algunas evaluaciones.
En fin, observemos que, si somos prolijos en el análisis, no hay manera en que no aprendamos de un aparente revés.
¿Adónde vamos con esto? Lo que los padres sabemos, o deberíamos a nuestra edad saber, es que siempre hay la posibilidad de fallos, de errores, de circunstancias adversas. Que todo eso es parte de la vida y que deberíamos aprovechar cada oportunidad para facilitar el aprendizaje de la interpretación de las circunstancias. Obtener una fórmula que nos permita avanzar, mejorar los puestos en nuestra competencia interior contra el que éramos ayer, hace diez días, un mes, uno o dos años.
Preparar también para la no llegada
El segundo hilo de ideas que se desprende del reconocer que hay otras posibilidades distintas de la victoria, es que tenemos que aprender a preparar a nuestros hijos para la no llegada, para el fallo en el desempeño, para la equivocación, para la adversidad. Si no hacemos esta parte del trabajo, nuestros hijos serán más débiles, no más fuertes.
Es decir, es bueno preparar a nuestros hijos para la llegada a la meta, pero también para la no llegada. Y aprender con ellos que en ambas situaciones puede haber disfrute y optimismo. Si llegamos porque llegamos y podemos pensar en una nueva meta. Si no llegamos, porque mejoramos nuestra marca, obtuvimos un aprendizaje, o identificamos una lección que nos puede ser útil más adelante.
Quien internaliza que lo importante no es el error, sino el aprendizaje, es alguien que cada vez se desenvolverá mejor, que vivirá una tensión creativa. Quien aprende que lo importante es sólo el triunfo, cuando éste se obtiene, es alguien que muy fácilmente puede caer emocionalmente, desarrollar temor al fracaso, experimentar tensiones depresivas.
Qué bueno es comunicar a nuestros hijos que el éxito tiene lecciones y que el fracaso también. Es fuerte quien aprende en un caso y en otro. Al que todo le ha salido siempre bien, le quedan cosas por aprender en la vida. Puede estrellarse duramente en una siguiente esquina.
Con esto llegamos a otro punto importante en la relación con nuestros hijos (y quizá con nosotros mismos): La inteligencia emocional que requerimos.
Inteligencia emocional
La neurociencia nos enseña que, en general, nuestras decisiones son, en su mayoría, emocionales, que sólo después que tomamos nuestras decisiones emocionales viene en nuestro cerebro la racionalización de las cosas. Por tanto, ¡qué importante es aprender a manejar las emociones!, ¿habrá algo más crucial en la vida que enseñar a nuestros hijos a manejarlas?
¿Qué es la inteligencia emocional?
Es la capacidad de distinguir, entender y manejar nuestras emociones, el intento permanente de reconocer y comprender las emociones de los otros, de darnos cuenta que siempre hay distintas perspectivas emocionales y que es más sabio quien reconoce y comprende más dimensiones, emociones y perspectivas y usa este conocimiento para comunicar, para tomar decisiones y para actuar.
Los padres perfeccionistas, en los términos en que lo hemos descrito, son padres que muestran poca inteligencia emocional, que no están entendiendo la perspectiva del hijo, que no están reconociendo las tristezas y las ansiedades a las que les inducen nuestras exigencias unidimensionales.
Insistimos, si es bueno estimular a nuestros hijos a ser mejores, a crecer, a superarse en sus posiciones, a acercarse a sus metas. Qué bueno es que sembremos en ellos grandes aspiraciones y que los inspiremos.
Lo que debemos tener presente es que al pretender eso, debemos observar la repercusión de nuestros mensajes y los del entorno dentro de ellos. Qué bueno es que le ayudemos a conocerse a sí mismos, con fortalezas y debilidades, a desarrollar desde allí su autoconcepto, de manera positiva, a que disfruten y aprendan con la llegada y con la no llegada a la meta.
Qué bueno es que nuestros hijos aprendan a mirar el cielo y a caminar asertivamente por la tierra. Con esto les entregamos lo mejor de nuestra inteligencia emocional para abonar en tierra fértil la de ellos, los enseñamos a ser felices y sabios ¿hay algo mejor?
¿Y qué si no lo hacemos? Pues puede suceder que nuestros hijos vivan las pequeñas derrotas, fallos o circunstancias adversas como emociones negativas, y las emociones negativas, hoy está comprobado, conducen a enfermedades, además de ser el camino opuesto a la felicidad.
“En el autismo, sólo hay dos grados reales, los que son felices, y los que no lo son” Daniel Comín
Acerca de los autores:
Jose Gregorio Silva, Martha Olivera, RedParaCrecer.
Martha Olivera ([email protected]) y José Gregorio Silva ([email protected]) son cofundadores y miembros activos de RedParaCrecer y del Diplomado Cooperativo en Autismo ([email protected]).
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