Hablemos de terapia, no de idiotizar al niño

Foto: E. Maciques. Todos los derechos reservados

“Tocar al niño es tocar el punto más delicado y vital, donde todo puede decidirse y renovarse, donde todo está lleno de vida, donde se hallan encerrados los secretos del alma, por ahí se elabora la educación del hombre del mañana.” Montessori

Hablando con mi amigo Daniel Comín, tocamos un tema que creemos que es importante y es el: cómo intervenir sin perder de vista que el objetivo esencial de  nuestro trabajo  es brindarle al niño o joven que llega a nosotros  las herramientas necesarias para que pueda ir resolviendo los déficit de habilidades, convertirnos en ese mediador que acompaña un proceso, con ética, con respeto hacia el niño y la familia y no ser el mal llamado “vendedor de milagros”.

No quiero que interpreten mal mis palabras, no existen terapeutas perfectos, porque no hay procesos terapéuticos perfectos, uno más que otro y me incluyo, hemos pasado por lo que Daniel llama “el síndrome de incompetencia profesional”, y está bien, y se vale, y es cuando debemos detenernos un momento y pensar si lo que estamos haciendo es correcto, si nuestra propuesta de intervención es la que el niño necesita, es el momento de consultar a otro terapeuta, hablar de tu caso, es el momento de hacer un autoanálisis y buscar las mejores estrategias posibles. Lo que no se vale, lo que no es correcto, es seguir por el camino equivocado, porque entonces nos convertimos en terapeutas que le hacen bullying al niño (a) o joven, terapeutas faltos de ética y conocimiento.

Hay ciertos parámetros que  siempre mantengo, cuando un niño llega a mí, ya viene con un diagnóstico, y puede estar bien o mal diagnosticado, pero mi deber, es  observar al menos cinco sesiones, quiero ver cómo interactúa con el entorno, qué le gusta y que no, observar  sus movimientos, las interacciones comunicativas, la estructuración o no del juego, siempre escucho atentamente, porque el niño siempre tiene algo que decir, pero sobre todo espero y respeto ese tiempo que el niño(a) necesita para darme las respuestas que le estoy pidiendo, sólo así podremos tener una realidad  un poco más clara para poder trazar un plan de intervención, saber a través de qué herramientas o alternativas terapéuticas puedo cubrir las necesidades reales del niño.

Cuando las intervenciones se hacen sin tener conocimiento del niño y solo nos quedamos con el diagnóstico, cuando trabajamos enmarcados en terapias rígidas,  esquemáticas y estereotipadas, cuando tiramos piedras al azar a ver si alguna da en el blanco, cuando nos dirigimos al niño hablando con diminutivos, con voces forzadas, silabeando,  cuando no le damos herramientas para que aprenda a auto regularse, a comunicarse, a interactuar, a jugar,  estamos idiotizando al niño.

He visto terapias donde fuerzan al niño a repeticiones de palabras que nada significan para él en esos momentos, a realizar ciertos ejercicios que están por encima de sus habilidades reales y  me pregunto ¿para qué buscamos que aprendan categorías semánticas como profesiones o   medios de transporte si el niño no tiene las habilidades sociales y comunicativas básicas como atención conjunta, demandar, entre otras, cuando no manejas las conductas del niño(a) y este hace todo menos estar atento a lo que haces? Eso es idiotizar al niño, faltarle el respeto al niño y demostrar que tus conocimientos y habilidades terapéuticas necesitan ser redirigidas, cuestionadas y/o analizadas.

Vivimos en una época compleja, donde la atención al niño se le ha puesto un valor y éste prima en algunas  ocasiones por encima de la calidad y la ética de lo que ofrecemos –  ojo, no siempre por eso recalco en ocasiones –  donde se llena al padre de falsas esperanzas, falsos tratamientos y curas falsas y se vuelve una y otra vez sobre el mismo ciclo repetitivo, incansable y a veces imparable y frustrante para aquellos que tenemos conciencia, que trabajamos por un bien común, que nos duele ver lo que otros hacen mal.

Mi nota sé que será como un concierto de Bartok; disonante pero al mismo tiempo escuchada.


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