Un camino a recorrer: de la familia a la educación de la sexualidad Parte II


“La sexualidad está ligada al placer, al descubrimiento, al renacimiento, al desarrollo personal, a lo interaccional, a lo lúdico, a lo comunicacional, a lo nuevo, a la magia, a la belleza y a la naturaleza, al amor y a la salud.” Malcolm Montgomery(Sexólogo brasileño, 1993)


Introducción

Hablar de sexualidad es un reto que en mi experiencia le impone un significado diferente matizado por la cultura, los valores, modelos sexuales estereotipados, esquemáticos sin alternativas que les imponen todas las fuerzas sociales. Sin embargo debajo del telón subsisten problemas intrínsecos cuya fuente fundamental la encontramos en la falta de información, que se basa, en la mayoría de los casos, en los tabúes sociales que hacen del sexo algo prohibido, sucio y pecaminoso, de lo que no se debe hablar con los hijos, menos aún con hijos que tienen una necesidad especial porque ellos según esos estereotipos sociales “no tienen el derecho a expresar y vivir plenamente su sexualidad”.

El desconocimiento del proceso de maduración biológica y de las cuestiones relativas al sexo, provoca que el individuo – sea niño, joven o adolescente con o sin necesidad especial – no sepa cómo enfrentar las situaciones propias que se dan dentro del proceso de desarrollo y aparezcan en él sentimientos ambivalentes con respecto a la sexualidad: por un lado se siente atraído por el sexo, con su esencia atractiva pero prohibida, por el otro, se siente culpable de sentir esos impulsos y, a veces, de disfrutarlos, o siente gran miedo en las relaciones, lo que lo hace tímido ante el otro sexo y puede provocar reacciones de aislamiento. En el caso de los varones y las hembras esto se manifiesta de modo diferente, sobre todo en aquellas condiciones sociales donde existen normas diferentes para hombres y mujeres.

Indudablemente, de esta manera no se logra integrar la sexualidad de forma armoniosa a la estructura de la personalidad, mutilándose el aspecto específicamente humano de las relaciones interpersonales como la amistad, relaciones de grupos y la relación de pareja, lo que trae consecuencias negativas para etapas posteriores de la vida.

Desarrollo

La sexualidad sobrepasa las fronteras del fenómeno reproductivo, enriqueciéndose en los vínculos interpersonales, la intimidad compartida, los afectos y la ternura; potenciadora del florecimiento de una personalidad sana e influye en la calidad de la propia vida de las personas de ambos sexos, la familia y la sociedad.

El ser humano en todas sus dimensiones se proyecta y se expresa a través de una personalidad construida a través de la experiencia y las vivencias adquiridas durante su desarrollo, y la sexualidad, como a cualquier otra dimensión humana, debemos darle un sentido particular al sustrato biológico que es nuestro cuerpo. A veces se afirma que el sexo es algo natural, muchas veces utilizado como un argumento para justificar ciertos sentimientos o conductas, olvida que precisamente lo que caracteriza al ser humano es que da forma cultural a su naturaleza. No hay pues una sexualidad natural porque no hay un hombre ni una mujer naturales1. Toda existencia sexuada está mediada por los elementos simbólicos, conceptuales, morales, conductuales, que nos proporciona la cultura en la que nacemos y en la que nos desarrollamos como personalidad, dentro de todos los sistemas humanos donde interactuamos. Y es debido a esto, que la sexualidad puede ser objeto de una educación, viéndola desde un enfoque multidimensional donde se describen los cambios físicos, y socio – psicológicos que se producen en un individuo a lo largo de su desarrollo evaluando las respuestas o conductas adaptativas que éste da al entorno desde una perspectiva integradora.

William Davenport, enfatiza que la herencia biológica provee al individuo de las capacidades potenciales para actuar en la vida adulta, pero sólo mediante la adecuada socialización, son moldeadas como pautas de conducta lo suficientemente uniformes para permitir la interacción con los demás. Existen semejanzas en las actitudes y comportamientos sexuales de diversas sociedades, que no son explicables biológicamente, y que han de considerarse resultantes de aprendizaje y experiencias comunes.

Esto nos lleva a analizar la socialización de la sexualidad partiendo que la socialización es un proceso de desarrollo de la identidad personal, a través de la cual cada individuo va configurándose como persona, llegando a ser, en su desarrollo y frente a la sociedad, una afirmación de su particular individualidad. El comienzo de la socialización se realiza a través de procesos particulares como la adquisición de la lengua, valores y de una identidad sexual y va progresando a través de cada uno de estos procesos, los cuales continúan a lo largo de toda la vida. En la socialización sexual se examina cuales son las raíces de la diferenciación sexual y la identidad sexual.

Cada organización socio-cultural determina las formas esenciales y necesarias para cada sexo; estas formas, pueden diferir notablemente de un grupo a otro y de una cultura a otra. Los modelos sociales, respecto a la sexualidad, no son consecuencias de una determinada mecánica a partir de los datos biológicos, ni de una elección arbitraria, si no que, corresponde a intereses, necesidades y experiencias propias de cada sociedad o grupo social.

El origen de la identidad femenina o masculina, se encuentra, en las funciones que la organización e interacción social les exige en cada circunstancia histórica. En sociedades latinoamericanas, donde el machismo y la sumisión de la mujer forman el carácter regulador de esta dimensión del desarrollo, se estereotipan los roles y la identidad sexual a dos mundos diferentes bien marcados a los que les llamo el mundo azul y el mundo rosa. El mundo azul, es el mundo del hombre marcado socialmente para ser el fuerte, decidido en el amor y la sexualidad y que tiene como misión acumular tantas conquistas femeninas como trofeos deportivos, el mundo de la competencia y los logros, abierto hacia la vida pública y la realización social, mientras que ese mundo rosa se caracteriza por asumir un papel pasivo, bien preparada para dirigir el hogar cumpliendo con su destino de madre y esposa, el mundo de la ternura y la ayuda, volcado hacia la intimidad de la vida privada y la familia. Y desde esta perspectiva son cánones sociales que tergiversan el ser hombre y ser mujer como parte de la identidad de género y participación en la vida social. El patrón genérico preestablecido en estas sociedades androcéntricas ha obligado siempre a la mujer a acatar el modelo de sumisión y debilidad, y al hombre el de fortaleza y superioridad, aun al precio de contradecir sus necesidades, potencialidades y aspiraciones personales y de contraponerlos en la vida de pareja, familiar y social

En una ocasión en una conferencia sobre familia y sexualidad en un estado de México una mujer joven de unos 27 años, me explicaba que su esposo le decía que ella no podía pensar, ni estudiar, que su papel era callar y asumir el quedarse en casa para criar a los hijos, que su esposo la agredía verbalmente y que en alguna ocasión había llegado al abuso físico porque ella dijo no estar de acuerdo y sentir la necesidad de superación, al preguntarle qué actitud había tomado, bajó la mirada con lo que inferí que seguía al lado de su “esposo” , ella era un vivo ejemplo de ese mundo rosa.

Los enfoques del aprendizaje, toman como punto de referencia los hechos y sucesos que se pueden discernir en la vida de las personas. Según este enfoque, la conducta y los valores masculinos o femeninos del individuo, son determinados por su aprendizaje particular. Referente a la sexualidad, se produce una diversificación, el aprendizaje sexual transmite al individuo patrones de conducta característicos y diferenciados.

La identidad sexual o clasificación de sí mismo, es el principio organizador de las actitudes que la persona va a adquirir con respecto a su papel sexual. Los valores sexuales, surgen en relación, a la imagen del propio yo y a la necesidad de valorar las cosas que son consecuentes con cada individuo. Pero sobre esto hablaremos un poco más adelante.

Dimensiones y cualidades esenciales de la sexualidad

La sexualidad como una compleja y rica manifestación vital se construye, se vivencia, crece, se comparte, se proyecta y expresa en todas nuestras dimensiones como seres humanos: el individuo, la pareja, la familia y la sociedad.

  • Individuo: Este carácter personalizado, único e irrepetible de la sexualidad como expresión de la identidad, permite explicar la diversidad de formas de vivirla y sentirla, su flexibilidad y plasticidad, el hecho de que sus caminos no estén predestinados y que cada cual pueda transitarlos de un modo único, imprimiéndoles su propio sello. Al mismo tiempo, el individuo se proyecta de forma singular en las restantes dimensiones referidas a la pareja, la familia y la sociedad, las cuales imprimen por consiguiente, un innegable contenido social a la sexualidad.
  • Pareja: representa la trascendencia de la sexualidad hacia una dimensión interaccional, esencialmente social, donde tiene lugar el encuentro con el otro yo y se establecen vinculaciones afectivas y eróticas en la comunicación física y espiritual, al ofrecer y obtener placer, satisfacción, amor y felicidad. La pareja humana, tal como la entendemos, constituye una díada dialéctica, que se diferencia del exterior, de las demás personas, pero cada miembro conserva al mismo tiempo su identidad, sin renunciar a sí mismo. Como dice Erich Fromm (1982) “dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos” Cuando, por el contrario, ocurre entre ambos una unión simbiótica, donde la identidad de uno es absorbida por el otro, la pareja deja de ser un espacio para el crecimiento y expresión plena de la sexualidad y para la autorrealización de la personalidad y se convierte en el crecimiento de uno solo.
  • Familia: constituye el primer agente de socialización de la personalidad y como parte de ella de la sexualidad, y el grupo de referencia más estable a lo largo de la vida en cuanto a la formación de valores, convicciones, normas de comportamiento, concepciones y actitudes sexuales; en los vínculos intrafamiliares se potencian la comunicación humana y los lazos emocionales y se reproduce la vida, cuando la pareja o el individuo deciden libremente tener descendencia. Es en este grupo donde las niñas y los niños, desde las más tiernas edades, se apropian de los modelos de conducta relativos a la masculinidad y feminidad a partir de los cuales construyen su identidad y el rol de géneros, proceso éstos esenciales para el desarrollo de su sexualidad. Y como explicamos anteriormente, esta identidad y su rol, van a tener como base la cultura que identifica a la familia igualmente como una individualidad.
  • Sociedad: es el más amplio contexto en el cual el individuo sexuado se desempeña, interactúa y se comunica con las personas de ambos sexos a lo largo de su vida, y a través de una gran diversidad de actividades en el juego, los estudios, el trabajo, la participación en la vida comunitaria desde el punto de vista intelectual, político, artístico, científico o recreacional. De esta dimensión provienen los modelos, patrones y valores genéricos culturalmente predominantes, a partir de los cuales se conforma, educa y evalúa la sexualidad de la persona.

Puede comprenderse entonces que existe un indisoluble vínculo entre la personalidad humana y la sexualidad: la personalidad es siempre sexuada y la sexualidad tiene un carácter personalizado. Nacemos con un sexo biológico, pero devenimos psicológica y socialmente sexuados a través de un proceso que discurre en los marcos del desarrollo ontogenético de la personalidad y conduce a la construcción individual activa de lo que denominamos los procesos psicológicos de la sexualidad, los que explicaremos a continuación:

  • La identidad de género es la conciencia y el sentimiento íntimos de ser hombre, mujer, masculino femenino o ambivalente que constituye el proceso jerárquicamente esencial, dinamizador de los restantes, en tanto la persona estructura toda su sexualidad a partir de la manera en que vivencia, como parte de su identidad total, el hecho de pertenecer a un sexo determinado lo que lo motiva a identificarse de una manera peculiar y personalizada con los modelos genéricos que dicta la sociedad en la cual se inserta. Este proceso tiene entre el momento del nacimiento y los cinco años su período sensitivo en el que se estructurarán las bases, los cimientos de lo que constituirá la vivencia más profunda de ser hombre o mujer que lo acompañará durante toda su vida. Tenemos que aprender a ser psicológicamente sexuados, construyendo nuestra propia identidad de género a partir de una elaboración activa y personalizada de los conocimientos y valores referentes a los atributos sexuales biológicos, y de la apropiación de modelos y patrones de conducta sexuales considerados por la sociedad como deseables para uno u otro sexo.
  • El rol de género es la expresión pública de la identidad asumida a través del desempeño de diversos papeles en la vida sexual (padre, madre; esposo, esposa; amigo, amiga, etc), por lo que se manifiesta a través de la manera peculiar en que el individuo interpreta, construye y expresa en su conducta cotidiana los modelos genéricos que para su sexo establece la sociedad en que vive. Este fenómeno conduce a que en muchos casos, las personas no sean auténticas al revelar su yo ante los demás, por temor a la reacción valorativa de éstos cuando el rol se aparta de los convencionalismos y las restricciones impuestas por la sociedad. La falsificación o encubrimiento del yo, coartando la expresión de los verdaderos deseos, sentimientos, necesidades desembocan en su enajenación, en el sentimiento de pérdida de la propia identidad y es fuente permanente de estrés y trastornos de la personalidad.
  • La orientación sexo erótica se conforma por la dirección de las preferencias sexuales, eróticas y afectivas, hacia el otro sexo, el propio o ambos que reciben la denominación de heterosexualismo, homo y bisexualismo, respectivamente. Estos tres elementos estructurales conforman una configuración psicológica de la personalidad y desempeñan un papel fundamental en toda nuestra vida sexual, por su carácter dinamizador, inductor del comportamiento, y por su especial participación en la regulación de éste en las dimensiones del individuo, la pareja, la familia y la sociedad; mediatizan al mismo tiempo el contenido de las funciones vitales de la sexualidad (reproductiva, erótica-afectiva y comunicativa) y los vínculos recíprocos entre ellas, integrándose al mismo tiempo en la estructura y funcionamiento de la personalidad, por lo que constituyen un subsistema regulador.

Sexualidad como manifestación vital de la personalidad

Al profundizar en nuestras reflexiones acerca de la significación vital de la sexualidad, podemos descubrir un infinito espectro de finalidades, metas y propósitos, ampliamente variable según las personas, las culturas y las épocas. Sin embargo, hay tres funciones esenciales que se presentan con gran frecuencia y estabilidad: la reproducción, el placer erótico mediatizado por diversas vivencias afectivas y la comunicación.

La función reproductiva está vinculada con la posibilidad del hombre y la mujer de trascenderse, no solo como seres biológicos, lo que es propio del mundo animal, sino como personas totales. Consideramos que la reproducción constituye un elevado valor inherente a la sexualidad, pero la sexualidad no puede ser valorizada solo a partir de la reproducción: los humanos somos los únicos seres vivos capaces de separar conscientemente ambas funciones y tenemos el derecho de hacerlo, decidiendo con libertad y en armonía con nuestras necesidades, valores y proyectos, si deseamos o no tener descendencia, así como la cantidad de hijos y el espaciamiento de los nacimientos.

Si tenemos en cuenta que todo comportamiento que involucre a dos o más personas es siempre comunicativo, entonces la comunicación es un modo de expresión de las relaciones interpersonales con el propio sexo y con el otro en la pareja, la familia y la sociedad, y está presente en las manifestaciones de nuestra vida erótica, reproductiva, matrimonial y social en general.

Suele suceder que en una cultura que sufre, como advierte el psicólogo y psiquiatra colombiano Luís Carlos Restrepo, de un “analfabetismo afectivo”, las personas se comunican para informarse y controlarse mutuamente, olvidando a veces lo importante que es decir y demostrar a los demás cómo los queremos y cuánto significan para nosotros; olvidando también cultivar las formas más tiernas de comunicación no verbal. Refiriéndome a ese analfabetismo afectivo, me gustaría extenderlo no solo a la pérdida de comunicación y lazos afectivos entre la pareja que lucha como pez fuera del agua para mantener una relación ya extinta y carente de todos los matices que deben integrar esta dimensión, sino que extienden esa falta de afecto y comunicación hacia los hijos, faltan a su función educativa y orientadora de la personalidad de los hijos, quienes en muchas ocasiones buscan a través de sus grupos sociales, los cuales a veces no son los más indicados, esa falta o carencia afectiva que existe en casa. Esto aumenta el índice de embarazos en la adolescencia, las relaciones promiscuas, el desarraigo de los valores que una vez los padres trataron de transmitir y se pierde el sentido correcto de vivir una sexualidad libre y plena.

Según hemos esbozamos, nuestra comprensión de la sexualidad como hecho de vida y parte inseparable del ser, se fundamenta en una perspectiva personalizada con un enfoque holístico que trata de entender a la persona total en sus dimensiones y facetas interactuantes, sin desarticular en partes aisladas aquello que funciona como una unidad.

Cuando hablamos de personalidad nos referimos siempre a la persona total y no a un ser desmembrado en partes, como si estas pudiesen funcionar autónomamente, sin uniones mutuas. Esa persona total vive, siente, ama, conoce, percibe, valora y lo hace como una integridad, de modo que los procesos inductores de sus acciones y todos aquellos que le permiten realizarlas, se interconectan recíprocamente y encuentran su lógica y estructuración dentro de un sistema activo, singular, abierto hacia el mundo y los demás, que avanza en busca de su completamiento y permite al ser humano convertirse en responsable de su devenir: ese sistema es la personalidad, y en su contexto se construye, desarrolla y proyecta la sexualidad.

Me gustaría analizar las características de la personalidad que dan origen a los vínculos de ésta con la sexualidad humana

  • Organización sistémica abierta: nuestra personalidad, como sistema vivo, configurado y con posibilidades inigualables de crecimiento integra los procesos, propiedades y fenómenos psíquicos, y sus elementos incluyendo los relativos a la sexualidad, y cada uno de ellos cobra significado a partir del todo y de sus mecanismos funcionales y reguladores. La sexualidad vive y se manifiesta en la personalidad; su desarrollo se despliega en los marcos del desarrollo permanente de ésta y, en su curso, los contenidos sexuales aislados (vivencias, necesidades, motivos, deseos, concepciones, ideas, actitudes, modos de comportamientos) se van integrando en la estructura del sistema y en su dinámica. De este modo, en cada etapa se conforma un tipo particular de relaciones sistémicas entre la personalidad y la sexualidad. Por tanto, no podemos comprender la sexualidad en la infancia, la adolescencia, la adultez y la tercera edad, sin tener en cuenta las características generales de cada etapa.
  • Construcción individualizada e irrepetible: la personalidad no está conformada desde el nacimiento, es construida por nosotros mismos como seres concretos que reflejamos singularmente el mundo de las relaciones sociales; se forma a través de la actividad y la comunicación y sobre la base de la interacción de factores biológicos y sociales, internos y externos. En el caso de la sexualidad, cada persona, partiendo de sus necesidades, capacidades y potencialidades, individualiza y hace suyos determinadas formas de pensar, sentir y actuar, valores y normas propios de la cultura y la época, y los incorpora en el contexto de su propia personalidad, imponiéndole un sello individualizado de esta esfera
  • Carácter activo: tenemos la capacidad potencial para auto transformarnos creativamente, elegir, proyectarnos como hombre o mujer hacia el futuro, somos los protagonistas de las relaciones sociales y de nuestras propias vidas por lo que tenemos el derecho de elegir la forma particular de vivir nuestra sexualidad, siempre que se realice de manera responsable. En este papel activo está contenida la esencia humana y lo propio de la regulación psíquica que matiza la sexualidad y todas las esferas de la personalidad en sus estadios más desarrollados. El carácter activo de la sexualidad como manifestación de la personalidad se evidencia, según hemos examinado hasta ahora, en su participación protagónica dentro de la dinámica del sistema, particularmente en lo relativo a sus potencialidades reguladoras que se realizan a través del subsistema constituido por la identidad de género, la orientación sexo erótica y el rol de género.
  • Nivel superior de regulación de la vida psíquica. A diferencia de los animales (sometidos a fuerzas biológicas), no estamos atrapados en el interjuego de fuerzas ajenas que predeterminan nuestro destino: podemos regular la conducta y la vida sexual propias, pasando de objetos de la actividad, limitados a la adaptación al medio circundante, a sujetos transformadores del mundo externo y de nosotros mismos. Es en este nivel, donde la regulación psíquica deviene autorregulación activa, consciente y autónoma, y nos convertimos en artífices de nuestras decisiones y en consecuencia de la construcción de nuestra vida sexual.
  • Unidad indisoluble de lo afectivo y lo cognitivo: afecto e intelecto, emoción y razón; en la base del subsistema conformado por la identidad y el rol de género y la orientación sexo erótica se desarrollan un conjunto de procesos afectivos y cognoscitivos que conforman en nuestro ser una unidad de la cual dimanan fuerzas reguladoras superiores que posibilitan la autodeterminación de los comportamientos de nuestra vida sexual. Nuestros conocimientos, capacidades y experiencias se integran con elementos dinamizadores como son las necesidades, motivaciones, valores, convicciones y sentimientos relativos a la sexualidad en cada una de sus dimensiones, que nos hace capaces, partiendo de reflexiones conscientes, de movilizarnos para alcanzar intencionalmente los propósitos y planes de vida propuestos.

El enfoque desde el cual nos hemos aproximado a la sexualidad se fundamenta en un análisis crítico de los valores que tradicionalmente han normalizado esta expresión de nuestro ser total, y presupone la consecuente búsqueda de alternativas y opciones dentro de un marco ético coherente, con profundas raíces en el humanismo, teniendo por tanto al individuo, en toda su diversidad y con toda la complejidad de sus problemas vitales.

Hay una serie de principios que se consideran medulares para configurar una ética humanística de la sexualidad, pero solo me referiré a dos:

1.- Libertad para escoger y decidir acerca de:

  • Las formas de vivir, pensar y sentir la sexualidad.
  • La identidad individual como ser sexuado.
  • La propia orientación sexo erótica.
  • Los estilos de interpretación de los roles de género en correspondencia con la individualidad.
  • La maternidad y la paternidad.
  • El uso de métodos anticonceptivos.
  • El aborto.
  • La práctica de relaciones coitales antes del matrimonio o paralelas a éste.
  • El matrimonio o la soltería.
  • El disfrute del placer separado de la reproducción.
  • Las vinculaciones comunicativas-afectivas.

2.- Preservación de la salud sexual, reproductiva y mental propia y de los demás.

No es desconocido, que la sociedad latinoamericana, con una base en un alto por ciento católicas, clasistas, impone tabúes al desarrollo pleno de la sexualidad. El amor, el erotismo, el placer, la libertad de opción, se disfrutarán o no atendiendo a lo permitido por los códigos éticos y morales externos, en dosis diferentes para cada individuo según la sociedad que los sustenta. En síntesis, los criterios en los que se erige la ética, la moral y la ideología en las sociedades patriarcales tradicionales, y en los que a su vez se sustenta la educación, son los siguientes:

  • Intolerancia, rigidez, estereotipos
  • Represión, control, enajenación.
  • Fuerza, poder y subordinación, discriminación.
  • Agresión, violencia.
  • Falta de solidaridad, reciprocidad, equidad.
  • Pérdida de los límites y espacios de expresión propios.
  • Sacrificio de la libertad, la autodeterminación y el protagonismo individual.
  • Desencuentro y desamor entre las personas.
  • Negación de necesidades, valores y sentidos personales.
  • Imposición de modelos y valores dogmáticos, absolutos, que someten el individuo a su contexto.
  • Conformismo y aceptación pasiva, fatalista de nuestro “destino”.
  • Contradicción antagónica entre lo personal y lo social.

Teniendo en cuenta la esencia personal, única y multidimensional de la sexualidad sin destinos prefijados mecánicamente por la naturaleza o la cultura, enfatizamos el rol de actor principal del individuo en la elección de sus límites o formas particulares de vivir su sexualidad, atendiendo a toda la riqueza de sus necesidades y posibilidades.

Conclusiones

La articulación del individuo con su mundo, con el menor sacrificio y renuncia de sus potencialidades y posibilidades, le permitirá ser libre en tanto “… la libertad es una facultad del ser humano (…) de optar a partir de una conciencia de raíz objetiva, aunque no sea universal, entre diversos comportamientos o pensamientos. Se conquista a lo largo de la maduración individual, y solo un adulto sano en una sociedad abierta, educado sexualmente, es libre sexualmente. La libertad sexual está basada en el saber sexual y en una concordante adopción de valores que permitan optar, elegir entre distintas conductas sexuales de acuerdo con su filosofía existencial y con su compromiso con el mundo en que vive.

Al integrarse sistémicamente los condicionantes biológicos psicológicos y sociales que siguen un patrón singular e irrepetible en cada ser humano, se conforman las bases para el desarrollo de su sexualidad, las cuales, aun siendo únicas para cada sujeto, guardaran una relativa semejanza entre aquellos de igual sexo, que los distingue del otro y propician la construcción personal de la sexualidad con elementos estructurales y funcionales esenciales semejantes. Por lo que hay una sola sexualidad para todos los seres humanos con o sin necesidades especiales.

Estas cualidades sexuales, a nivel personal tienen una resonancia social (y viceversa), por lo cual se manifiestan en una tendencia grupal de comportamiento de cierta manera afín, coherente con las tendencias de las personalidades sexuadas y, naturalmente, con el contexto en que ellas se forman.

En el próximo artículo, abordaremos la educación de la sexualidad y como se enfrenta el individuo con necesidades educativas especiales a los mitos y tabúes que sobre su sexualidad existen.

Bibliografía

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  6. Sakellariou, D.“If not the disability, then what? Barriers to reclaiming sexuality following spinal cord injury”. Sexuality & Disability, 2006

© Elaime Maciques, todos los derechos reservados.
Este artículo no puede ser reproducido ni copiado sin autorización expresa.

  1. Un camino a recorrer: de la familia a la educación de la sexualidad Parte I
  2. Un camino a recorrer: de la familia a la educación de la sexualidad Parte II
  3. Un camino a recorrer: de la familia a la educación de la sexualidad – Parte III
  4. Un camino a recorrer: de la familia a la educación de la sexualidad Parte IV

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