Quiero hablaros hoy de un tema delicado, porque ya de por sí son delicados estos temas en las personas neurotípicas. Pero aun así quiero comentarlo porque soy persona y como toda persona tengo sexualidad.
En mi propia experiencia y en la experiencia de otras personas con autismo con las que me he relacionado y/o he tenido amistad he observado que todos y cada uno tenemos nuestra propia opinión sobre la sexualidad, es decir, no se puede generalizar en el tema de la sexualidad.
Por otra parte, la sexualidad es algo complejo, social, cultural, ideológico, físico, psicológico, …, no es solo la genitalidad o el coito.
He observado que entre personas con autismo existen todo tipo de expresiones de ese complejo, como en la sociedad general, de modo que existen el mismo modo de expresar y de vivir y de sentir que en el resto de la sociedad.
Ahora bien, la cuestión no es esta, o al menos no es lo que yo quiero poner en evidencia, sino más bien la complejidad del binomio sexualidad y la discapacidad.
Hay personas que debido a como el entorno condiciona su discapacidad no pueden ejercer una vida sexual plena, o ni siquiera expresar su sexualidad, su modo de sentir y vivir, porque algunas de sus circunstancias -derivadas de la discapacidad y el entorno- se lo dificultan, o incluso impiden; no más que se dificultan o impiden algunas otras expresiones vitales; y no más que algunas personas sin teóricas limitaciones discapacitantes tampoco pueden expresar su sexualidad.
Pero en el caso de personas en el espectro del autismo las dificultades para expresar plenamente su sexualidad suelen estar relacionadas con la incapacidad, o dificultad, de tener relaciones sociales “normales”, o sea, de no contar con las habilidades que sí parece que tienen los neurotípicos.
Y si entramos en particularidades, tal y como se ve desde la perspectiva de las dificultades de expresar la discapacidad, constatamos que para los hombres TEA es muy difícil estar con una mujer neurotípica, no solamente es difícil tener una relación afectivo-sexual sino que muchas veces, incluso, mantenerla como amiga y que no se sienta intimidada por actitudes ingenuas, pero que pueden entenderse como actitudes de género machistas o desadaptadas, puede producir muchas interferencias y ocasionar problemas en la relación.
Con esto quiero decir que muchas de las personas con autismo se ven tristes por no poder tener, no solo una vida sexual satisfactoria sino, sobre todo, por tener dificultades en el desarrollo de una sexualidad plena lo que le lleva a sentir soledad y ello, a generar una tendencia a la depresión.
Esta es una de las grandes barreras que tenemos las personas con autismo, uno de los muros más sólidos que nos separan de la sociedad de los “normales”.
No solamente es difícil incluirse en un grupo de neurotípicos, sino que para muchos hombres o mujeres heterosexuales, o cada uno en la expresión plena de su sexualidad, les es muy difícil encontrar pareja o compañía afectiva, ya que al igual que, como ya he explicado en otras ocasiones, existe un “gueto asperger” que lleva a que la gran mayoría de los TEA nos relacionamos solo entre diagnosticados, ocasionando una evidente frustración por tener una relación afectivo-sexual con una pareja son enormes.
Nada más, simplemente quería exponer que como personas necesitamos tener una sexualidad plena porque es parte de nuestra salud, tanto física como mental, pero es muy complejo desarrollarla en nuestra sociedad de hoy en día, con los condicionantes de todo tipo que existen para personas con gran dificultad en la sociabilidad.
También se ha de suponer (y no quiero entrar en el debate ético) de que algunos varones con autismo recurren a prostitutas para satisfacer sus necesidades físicas. Cosa en la que prefiero no pronunciarme, pero que evidencia la frustración y la imposibilidad de sentirse bien y con salud mental en la vida.
Hace un tiempo apareció la figura del asistente sexual que son personas especializadas en ayudar a desarrollar la sexualidad a personas con discapacidad, de manera ética, sana y sin verse involucrados en problemas de mafia o de ilegalidad como con el de la prostitución.
Personalmente no quiero opinar si la opción del asistente sexual es adecuada, y sobre todo si realmente puede contribuir a desarrollar la sexualidad en su integridad, pero sí me parece interesante que a los TEA y a otras personas con discapacidad tengamos la oportunidad de tener la experiencia de desarrollar libremente nuestra sexualidad y no quedar siempre, en esta faceta de la vida, como niños eternos o personas asexuales, lo que al final nos hace menos personas por no poder desarrollar esta expresión de la vida como el resto de los mortales.
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Me pareció interesante el artículo pero la expresión de la última parte del artículo me pareció denigrante contra las personas asexuales ¿Ellos por ser asexuales son menos personas que los demás? Todos somos diferentes y todos merecemos ejercen la sexualidad como mejor nos parezca. Entiendo el punto del comentario solo menciono que se interpreta mal porque así suena.
Como persona diagnosticada de Asperger, aunque tal condición sea irrelevante en este comentario, siempre considero del máximo interés conocer la reflexión de otras personas sobre el síndrome o su experiencia particular con él. Asimismo considero de gran valor, objetivo y personal, el esfuerzo que personas como Ignacio Pantoja, en su faceta de activista, y las personas vinculadas (o no) a los movimientos asociativos dedican a extender el conocimiento de los TEA y las circunstancias particulares de las personas con los correspondientes diagnósticos, su entorno y sus redes de apoyo. Lo escucho y lo leo con atención. El tema que nos propone en esta entrada tiene cierta recurrencia en él; y se entiende, ya que constituye un motivo de preocupación habitual en los Asperger y de atención, al menos teórica, entre los especialistas. Es de apreciar la valentía, realmente conmovedora, con que aborda aspectos delicados de su vida y de su relación con las mujeres, sus intentos de acercamiento amistoso o afectivo a ellas y el desconocimiento como raíz de la hostilidad o la desconfianza que el mismo ha suscitado en ellas; aspectos en los que sin duda otras personas diagnosticadas podrán reconocerse, al menos desde la empatía. No obstante, entiendo que son necesarias algunas precisiones en torno a su tratamiento habitual de ciertos temas, en tanto me parece que se arrastran de forma muy similar en el testimonio de otras personas con diagnóstico de TEA o familiarizadas con ellas.
I. Me da la impresión de que Pantoja tiene una visión totalmente armonista de las relaciones afectivas y sexuales entre los “neurotípicos”. Esto parece una constante en los TEA: al hablar subjetivamente desde su propia experiencia y la que presuponen en los demás, se limitan a constatar cómo las personas de su entorno o su edad parecen tener interacciones y relaciones “normalizadas” entre sí, contraponiéndolas a su propia falta de experiencias: los otros hablan, salen, se citan, se enamoran, se acuestan, son inmensamente felices, mientras ellos son desgraciados, reducidos a la soledad y la exclusión y a la contemplación impotente de la dicha ilimitada de los primeros. Lo primero que habría que decir es que el amor y la sexualidad “neurotípicos” están lejos de ser el paraíso de armonía, el utopissimum, que parecen creer las personas (con TEA o sin él) que se sienten excluidos del mismo. La realidad de las ideas y modelos afectivos y sexuales es fuertemente contradictoria y conflictiva, con su consiguiente reflejo en las costumbres, y generan una carga de decepción y frustración cuyas dimensiones se pueden considerar en nuestro tiempo como epidémicas. Los efectos se pueden encontrar por doquier; y si no son más evidentes es porque tanto el amor como el sexo son fenómenos culturalmente relegados a la “vida privada”, sumado al poderoso efecto mordaza que impone el ambiente ideológico dominante, puesto que se supone que estamos en una sociedad y una época en que todo el mundo tiene “libertad” de relacionarse con todo el mundo y de ser sexualmente feliz sin restricciones, y que todos debemos comportarnos e interactuar de acuerdo con esta ficción so pena de acusación de debilidad, inadaptación o extravagancia: si hay realidades que no caben bajo este relato idealizante, es que son realidades profundamente inadaptadas y patológicas; si hay personas afectiva o sexualmente frustradas, ellas y sólo ellas son culpables de no querer, poder o saber disfrutar de algo que, formalmente, está tan al alcance de su “libertad” o sus deseos como de cualquier otro. Interiorizando este discurso, da la impresión de que muchos TEA no pueden ir más allá de la atribución de sus sentimientos de frustración a las dificultades asociadas a su trastorno: se atormentan en un círculo vicioso de autoculpabilidad sobre sus torpezas, sus inseguridades o su falta de habilidad para “ligar” (como si la “habilidad para ligar” fuera por sí misma una garantía para tener una vida afectiva y sexual distinta de la que tienen), o bien reprochando a los “neurotípicos” que les estigmaticen, les excluyan de sus grupos y su vida social (como si la inclusión en un grupo o en la vida social les sirviera ipso facto la experiencia amorosa o sexual como llovida del cielo). Todos sus males se deben a su trastorno o a la incompresión que genera: males que simplemente jamás habrían conocido ni aun imaginado de haber nacido “neurotípicos”. Pero no: los males y los sentimientos de frustración que aducen los TEA respecto de las relaciones son expresión particular, si se quiere particularmente áspera, de un fenómeno generalizado en nuestra época. Veamos cómo.
II. Se nos dice, insisto, que estamos en una época en la que todo el mundo tiene “libertad” o derecho de relacionarse con quien quiera, de amar a quien quiera, e incluso de acostarse con quien quiera (normalmente, por contraposición a épocas pasadas, donde supuestamente no existía esa “libertad”). Y aquí encontramos la primera contradicción: relacionarse o acostarse con alguien no es una cuestión de “libertad” (que es por definición individual), sino de negociación y de consenso. Una negociación y un consenso que no se establecen de cualquier manera: no basta que dos individuos quieran establecerlos, ni que uno quiera persuadir a otro de hacerlo. Las relaciones sociales entre las personas, aun las que parecen más espontáneas, se desarrollan de acuerdo con rituales altamente sofisticados y de acuerdo con códigos comunicativos a menudo muy complejos, aunque la mayor parte de las personas acaben asimilándolos y sean capaces de reproducirlos con un alto grado de automatismo. Y, dentro de esas relaciones, quizá no las haya más complejamente codificadas y ritualizadas que las de carácter afectivo o sexual. No se trata únicamente de que la sociedad, por mucho que nos defina a todos los ciudadanos como libres e iguales en derechos y deberes, la compongan distintos grupos que promueven sistemas morales, códigos de comunicación, formas de interacción e ideas sobre el amor/sexo a menudo inmiscibles entre sí. Sino que se trata, además, de que en nuestra cultura la sexualidad no es un fenómeno generoso y solidario, sino individualista y competitivo: no basta con “negociar” exitosamente con otra persona, sino simultáneamente de superar la presión competitiva de una masa de individuos que, dentro de esta concepción de la sexualidad, sólo pueden desempeñar el papel de rivales. Las personas incapaces de adaptarse a los roles normativos, los rituales y la codificación que imponen las relaciones sociales, y muy especialmente las relaciones sexuales, quedan fuera del juego competitivo por conseguirlas. Esto no sólo sucede con los TEA, sino con cualquier colectivo no adaptado a esas condiciones. Recuerdo frecuentemente una frase de Sartre en el “Saint Genet”, donde decía que todas las sociedades castran a los inadaptados, sea en sentido estricto (eugenesia), sea en sentido figurado (inactividad sexual). Por eso es un error común en los TEA que pretendan explicarse todo esto por sus torpezas o por la exclusión particular que sufren por su síndrome. Porque como dice Houellebecq, “la sexualidad es un sistema de jerarquía social”, y lo es para todos. “Igual que el liberalismo económico desenfrenado, y por motivos análogos, el liberalismo sexual produce fenómenos de empobrecimiento absoluto. Algunos hacen el amor todos los días; otros cinco o seis veces en su vida, o nunca. Algunos hacen el amor con docenas de mujeres; otros con ninguna. Es lo que se llama ‘la ley del mercado'” (Ampliación del campo de batalla).
III. Las ideas y las actitudes de hombres y mujeres hacia el amor y el sexo siguen siendo, a día de hoy, fundamentalmente asimétricos. Aunque por supuesto cada individuo de uno u otro sexo asimila de forma única esa asimetría y toma sus propias decisiones, lo cierto es que unos y otras no tienen las mismas ideas sobre las relaciones afectivas y sexuales, ni se comportan igual al buscarlas o negociarlas, ni esperan o demandan las mismas cosas del otro sexo al hacerlo: es evidente que, más allá de conductas individuales, los varones tienen lo que podríamos llamar una aproximación activa y competitiva hacia el sexo, y las mujeres una aproximación pasiva y expectante, y el sistema social espera y demanda dichos roles de ambos. Quizá, como graduado en Biología, Pantoja tenga nociones del papel que en ello puedan desempeñar la herencia genética, las hormonas o la estructura cerebral de uno u otro sexo; en cualquier caso, la parte que a mí me interesa es la del papel del entorno social, cultural e ideológico, porque me parece claro que no se puede reducir a un fenómeno “natural”. Los roles sexuales diferenciados son una herencia ideológica y política de la antigua sociedad patriarcal que sobrevive, e incluso encuentra espacios para prolongarse y agudizarse, en sistemas sociales que (como los nuestros) reconocen la igualdad jurídica y civil entre hombres y mujeres.
Los efectos de esta asimetría se pueden observar de forma muy clara en las personas con Asperger, colectivo que yo (como supongo que también Pantoja) conozco relativamente bien. Una parte abrumadoramente alta de varones con Asperger no sólo no ha tenido nunca pareja, sino tampoco experiencia sexual: algunos de ellos han sido rechazados e incluso denunciados por mujeres que se condiseraban acosadas, y muchos de ellos tampoco han experimentado formas de encuentro sexual alternativas y menos convencionales (de pago). Frente a ellos, llama la atención que un porcentaje igualmente alto de mujeres sí han tenido o tienen parejas y relaciones (con personas del otro sexo, del mismo o de ambos), pero en mi caso me la llama más aún la cantidad de ellas que refiere el carácter conflictivo, e incluso abusivo y violento, de esas relaciones. Es curioso constatar cómo esa mayor facilidad para acceder al amor o al sexo parece tener como un reverso inevitable la mayor exposición a personas despreciativas, violentas o maltratadoras, y cómo en muchos casos han pasado años antes de que pudieran romper con esas situaciones o incluso advertirlas. Y no creo que ello se deba, como a menudo se afirma, a que el comportamento de varones y mujeres con Asperger sea significativamente diferente. Las mujeres con Asperger no tienen más relaciones o más éxito en ellas por ser más sociables, más empáticas o tener más habilidades verbales, sino porque la sociedad exige por principio cosas distintas de hombres y mujeres en las situaciones sociales. Porque la sociedad continúa demandando que los hombres compitan por tomar la iniciativa y que las mujeres se mantengan pasivas y expectantes y seleccionen el perfil más “competitivo”. El resultado es que los varones con Asperger, al no tener perfiles “competitivos”, tampoco tienen relaciones afectivas o sexuales; mientras las mujeres con Asperger sí tienen una oferta variada de hombres dispuestos a competir por ellas ignorando sus circunstancias o dificultades personales, pero también tienen un riesgo añadido de que sus vulnerabilidades particulares (las mujeres neurotípicas) las entreguen más indefensas a los hombres menos recomendables: violentos, manipuladores, sádicos, resentidos e inmaduros de todo pelaje.
IV. El tema de las personas con TEA que “acuden a prostitutas para satisfacer sus necesidades” no “evidencia la imposibilidad de sentirse bien y con salud mental en la vida”, pues a esa forma de satisfacción acuden varones de todos los grupos y condiciones por más que el “efecto mordaza” silencie o invisibilice este fenómeno, y no puede comprenderse disociado del mismo. Pantoja dice preferir no pronunciarse sobre el tema, pero el sexo de pago no es un clavo ardiendo al que se aferren individuos discapacitados o desesperados, sino un mecanismo por el que el sistema social alivia las contradicciones en la organización de sus costumbres sexuales (antiguamente, la contradicción entre un sistema de familias monógamo y la búsqueda constante de contacto sexual fuera de las constricciones del mismo; hoy día, entre un sistema que promete la satisfacción sexual universal y equitativamente repartida y una realidad que restringe esa satisfacción a una “élite” económica, física o culturalmente privilegiada), y hoy es parte de un sistema sexual (“liberal”) que ya funciona en sí mismo como un mercado en el que el sexo se intercambia por capital económico, social o simbólico. Además, no hay que olvidar que la “prostituta” no es algo que agote o resuma la identidad de la persona; como tampoco lo es “Asperger” o “TEA”, salvo si se quiere caer en la misma discriminación de que estos últimos se sienten víctimas.
Como persona heterosexual con Asperger, aunque en mi caso sí he tenido diversas relaciones, puedo aproximarme bien a las dificultades que enumera Ignacio Pantoja y a los sentimientos resultantes de ellas. Pero apuntando que no son dificultades o sentimientos restringidos a las personas con TEA, ni una condena que la sociedad “neurotípica” blindada en su felicidad impone a aquéllos como equipaje infamante en su exclusión. Son expresión de un sistema social en el que la frustración y la soledad son cotidianamente segregados como parte de su funcionamiento y organización. La reflexión sobre el amor y la sexualidad será estéril si no se comprende que estas dificultades son comunes; y que no se trata de denunciar la exclusión de los TEA del espejismo de una ilusoria “felicidad neurotípica”, sino de averiguar si puede existir un modelo de relación amorosa y sexual no narcisista y no competitivo, que no funcione como premio a determinadas virtudes o ventajas (económicas, físicas, conductuales, etc.) sino como un sistema de generosidad recíproca, de entrega mutua entre sujetos libres y responsables, y capaz a la vez de resistir la presión de la herencia moral patriarcal (con sus valores sexualmente diferenciados) y de convencionalismos culturales y grupales diversos.
Un saludo.
Me encantó este artículo. Me parece súper interesante este tema. El tema del sexo es tabú, sobretodo en países latinoamericanos, adicionalmente, el abordaje del Autismo está mas enfocado en la infancia y no toman en cuenta que estos niños algún día serán adultos y deben conocer estos temas que son tan importantes