Reflejos de cristal

Y entonces algo capta su atención. Se detiene en seco para observar desde una distancia prudencial que le permite comprender la situación, sin sentirse obligada a participar de ella.

Empieza a dar esos saltitos izquierda-derecha que consiguen derretir mi corazón de amor. Se acerca un poco y vuelve a retroceder. Se queda parada unos segundos, observando. Me resulta muy fácil entrar en su mente e imaginar lo que está pensando.

Poco después, se dirige sonriente y llena de emoción hacia mí:

-Mami quiero que la chica me pinte una mariposa en la cara que vuela con las alas así y así -me dice -.

Le devuelvo la sonrisa y a través del cristal que nos separa la acaricio sin tocarla. Ella me mira con esos enormes ojos buscando mi aprobación. Intento transmitirle ese empuje de seguridad que necesita para enfrentarse a la situación, en esta ocasión no puedo acompañarla físicamente.

-¡Me parece muy buena idea, amor! Si te apetece que la chica te pinte la cara quizás puedas hablar con ella y explicarle.

-Hay que esperar la cola mami -me responde-.

-Sí amor, hay que esperar un poquito hasta que termine de pintar a las demás niñas.

-¡Vale mami!

Vuelve corriendo al punto de observación inicial. De nuevo se mueve de un lado a otro, alrededor de su punto de interés, esta vez intentando encontrar la ubicación exacta en la que debería situarse para formar parte de la escena. Lo tiene claro, ha sopesado pros y contras y le compensa enfrentarse a esta situación social.

Observa de cerca la cara de la afortunada que está a punto de poder lucir su maquillaje facial e imagina que es ella. Pero no quiere distraerse de su objetivo, necesita captar la atención de la chica y conseguir que la mire.

Intenta torpemente interponerse en su campo visual tratando de conseguir que sus miradas se encuentren. Se acerca, se agacha, a la izquierda, a la derecha, la chica está absorta en su creación. Está resultando más difícil de lo que esperaba y se empieza a inquietar, así que decide volver corriendo para hablar conmigo:

-¡Mami me quiero pintar la cara! -repite una vez más-.

-¡Claro mi vida! ¡Puedes hacerlo! Quizás si le dices a la chica: “¿Me pintas una mariposa, por favor?”.

-¡Sí mami, sí!

Allá va de nuevo, suspiro. Solo puedo ver su espalda, no alcanzo a saber si llega a decirlo muy bajito sin conseguir que la escuchen.

En este tiempo una niña se le adelanta y otra vez la tengo aquí, en la cristalera. Su sonrisa empieza a desdibujarse:

-¿Mami me acompañas? -ahí va la pregunta que esperaba no escuchar-.

-Mi amor me gustaría acompañarte, pero las mamás no podemos pasar, solo los niños.

¡Se me ocurre una idea! Igual si usas tu dedo índice, así como yo hago, y tocas a la chica en el hombro, ella pueda escucharte.

Al volver un niño nuevo aparece en escena. Su ceño está fruncido y su lenguaje no verbal hace que pueda intuir su reacción.

Martina, prudente como siempre, cede una posición para dejarle paso, pero no contento con eso le grita y empuja. Martina retrocede, no quiere discutir. No entiende que está pasando, ella le ha cedido su puesto, ¿por qué sigue enfadado?

Ninguna de las monitoras lo está viendo. Aquel pequeño le sigue empujando hasta que encuentra una vía de escape y sale corriendo hacia la piscina de bolas. El niño se da por satisfecho, no la sigue.

Las bolas y los saltos la ayudan a autoregularse y dejar aparcado el incidente. Después de un tiempo me vuelve a buscar:

-¡No me ha gustado que el niño me empuje!.

-A mí tampoco me ha gustado. Debía estar muy enfadado por algo. Cuando algo no te guste puedes decirlo ¡No me gusta que me empujes, niño! Dice gritando con cara de enfadada al aire ¡Ay Dios! Esta situación me está superando a mí también. Dejémoslo aquí por hoy.

De nuevo retoma su interés por el pintacaras y se acerca. La chica lanza una mirada hacia la cristalera y yo aprovecho para hacer un gesto indicativo de que Martina está esperando. Ella lo recibe. No sé si mi cara en este momento anda ya algo desencajada.

Al fin deja de ser invisible, la chica apoya sus manos en los hombros de mi pequeña, frente a frente se miran y puedo leer sus labios:

-¡Quiero una mariposa que vuela muy alto muy alto!

Ella disfruta de ese merecido momento y yo al fin, dejo de contener la respiración.

Al terminar viene corriendo orgullosa, dejando atrás, en el olvido, todas las sensaciones de desconcierto vividas:

-¡Mamá mira como vuela mi mariposa! ¡Se lo he dicho a la chica y me ha dicho que sí!
-¡Claro que sí, amor! ¡Lo has conseguido!

Ella es suave, delicada, prudente.  Es una pluma que se deja caer desde las alturas tentando a la gravedad, con sus movimientos armónicos y oscilantes. Cambiando el trayecto que todos esperan cuando parece previsible lo que sucederá.

Sus compañeros de descenso son pequeñas esferas de plomo que caen rápidamente, como si ya conociesen el camino, en línea recta y caída libre. Esferas rápidas y directas, no dudan, no rodean. Esferas que a veces levantan oleadas de aire a su paso perturbando el ritmo y modificando su trayecto, tan estudiado y vulnerable. En ocasiones, la arrastran hacia abajo sin respetar que sus tiempos son otros bien distintos. Ella no es plomo, es pluma.

Conoce las reglas de las relaciones sociales, entiende qué está sucediendo y de qué forma sucede la interacción. Tiene las herramientas teóricas que necesitaría para intervenir, pero en la práctica nada de esto le facilita las cosas.

Es entonces cuando soy verdaderamente consciente de lo que estoy viviendo. Esta cristalera ha sido un espejo que me ha devuelto una imagen de mí misma con una perspectiva que nunca había visto.

Así es como se ve el bloqueo social desde fuera, cómo se vive desde dentro es algo que ya conozco. No tengo que tratar de ponerme en su piel para entender cómo se siente, ya estoy en su piel.

Sobran las palabras y las explicaciones, lo sé mi vida, es muy complicado. Es muy complicado saber, entender, encontrar el momento, escuchar, interpretar, integrar toda la información con la que los sentidos bombardean tu cerebro cada segundo, y dar una respuesta adecuada en tiempo, espacio y forma.

Ella es fuego y es paz. Es tempestad y es calma. Es pura fuerza, visceral y racional a la vez. Siempre peleando por su sentido de la justicia y no, no se conforma.

Pero a veces, las personas la invaden, la sobrepasan, la colapsan y abruman. Entonces ya no puede ser ella misma, sólo una versión inerte de su ser con la que pierde la capacidad de protegerse, de decidir y de pensar con claridad. Y solo por unos instantes, las perturbaciones sociales consiguen apagar su luz.

Cuántas veces me han arrebatado con empujones verbales el sitio que me correspondía y cuántas veces, igual que ella, he cedido mi sitio con una sonrisa absurda que pide perdón por existir.

Cuántas veces me han reducido y arrinconado, y cuántas veces, inevitablemente, mi luz también se ha apagado.

Hoy he podido ver a la niña que fui enfrentarse a sus miedos e inseguridades. Pero no solo la he visto a ella, también me he visto a mí, ahora. Hoy su imagen me ha devuelto a todos esos campos de batalla donde ya vencí y a todos aquellos en los que la batalla siempre estará abierta.

A pesar de llevar toda una vida practicando, observando y estudiando cómo enfrentarme a este tipo de situaciones sociales, en la práctica, me sigo sintiendo como ella y cada vez, como si fuese la primera vez. Imprevisible, abrumador, extenuante, como una ola de electricidad que invade mi cuerpo y me deja agotada ante semejante esfuerzo.

El autismo forma parte de nuestro ser y siempre será así. Quien busque revertir esto a través de terapias o clases de habilidades sociales, siento decir que no está encauzando sus esfuerzos en la dirección correcta. La experiencia y el aprendizaje de las conductas y comportamientos sociales ayudarán a actuar siguiendo un guión de película que, con el tiempo, nos convertirá en mejores actores pero que no es ni será espontáneo, cómodo, ni fácil.

Me gustaría que existiese un guión a seguir, matemático y extrapolable a todas las situaciones y contextos. Uno que funcionase siempre y que garantizase el estar acertada, caer bien y que incluyese ese chiste gracioso que rompe el hielo y desde ahí todo rueda. Pero ni lo tengo ni te lo puedo transmitir. Será complicado, muy complicado, pero lo haremos juntas.

No sostendré tu barbilla para que mires forzosamente a los ojos.

No fingiré no entender tus intentos comunicativos no verbales para forzarte a pronunciar esas palabras tan sobrevaloradas con actitud capacitista.

No te exigiré jamás que te enfrentes sin estar preparada a situaciones que te expongan y te hagan sentir vulnerable y pequeña.

En lugar de eso me esforzaré cada día por reforzar tu autoestima.

Te haré participe de todos los acontecimientos de nuestra día a día.

Te mostraré que eres capaz de conseguir grandes cosas.

Te respetaré cuando elijas no mirar a los ojos para poder escuchar mejor el mensaje.

Te daré tu espacio cuando necesites estar sola para sobreponerte a tanta exposición.

Nunca me cansaré de decirte lo maravillosa que eres los días en los que superas de forma exitosa las dificultades y exactamente igual de maravillosa los días en los que no te quedan fuerzas para más.

Preciosa cuando alzas tu voz para defender tu espacio y preciosa cuando es tu corazón el que habla y sólo unos pocos te podemos escuchar.

Bonita cuando decides mostrar tu brillo y bonita cuando te apagas por fuera para pasar desapercibida.

Linda siempre… porque eres tú.

Sobre la autora:

Marta Morito Aguilar

1 comentario en «Reflejos de cristal»

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