Cuando nació mi nietecito, era un bebé quisquilloso. Solía llorar mucho y el sostenerlo en los brazos no le ofrecía consuelo. Parecía estar despierto la mayor parte de la noche y nada lograba poder captar su atención. Aún así, todo esto fue fácilmente pasado por alto por el pediatra quien atribuía los exabruptos a cólicos infantiles o a padres sobrecelosos. Sin embargo, lo que realmente me llamó la atención era su falta de habilidades motoras finas y gruesas. Segun paso el tiempo se noto que le resultaba difícil sostener un biberón y que no podía comer sin ayuda. Incluso cuando se involucraba en comportamientos estereotipados, por ejemplo, golpeando constantemente una rueda para hacerla girar, sus movimientos eran incómodos y carecían de fluidez.
Las habilidades motoras han jugado un componente tan importante en la vida de mi nietecito que decidí investigar un poco sobre lo mismo. Sin embargo, antes de explicar algunos de nuestros hallazgos, me gustaría aclarar que estoy usando la palabra “torpeza” ya que otros términos descriptivos como “anormalidades motoras finas y gruesas” no serían necesariamente entendidas por toda la audiencia. Además, otros sinónimos de torpeza, como la incompetencia, conllevaban connotaciones mas negativas las cuales quería evitar.
¿Qué sabemos sobre el tema? Desde la publicación de Kanner en el 1943, las anormalidades en las habilidades motoras se han considerado como parte de la sintomatología que caracteriza al autismo como un síndrome particular. El informe de Kanner fue breve y describió a sus pacientes como torpes en la marcha y en el rendimiento motriz bruto, pero no elaboro más sobre el tema. Un año después, Asperger amplió sobre las dificultades motoras de sus pacientes las cuales el describió como torpes. Más específicamente, Asperger describió su caso inicial, Fritz, como poseído por una postura encorvada y sin dominio de su cuerpo (Asperger, 1944). Más recientemente, Wing, basándose en su experiencia y los casos originales reportados por Asperger, propuso que los movimientos mal coordinados y la postura extraña son una característica central del síndrome (Wing, 1981; Burgoine y Wing, 1983). En efecto, las historias de los padres indican que los niños afectados tienen dificultades para imitar a otras personas, saltar, tirar o atrapar una pelota, escribir a mano, atar cordones de los zapatos y correr en bicicleta. La magnitud del déficit parece similar a aquellos con discapacidades intelectuales que tienen deficiencias motoras (DeMyer, 1976). Por lo tanto, no es sorprendente que las dificultades motoras se hayan introducido en nuestro sistema de clasificación moderno: “La torpeza y la incomodidad motrices pueden estar presentes, pero generalmente son relativamente leves, aunque las dificultades motoras pueden contribuir al rechazo por compañeros y al aislamiento social, por ejemplo, la incapacidad de participar en los deportes” (DSM-IV-TR, p. 81).
Se puede suponer que los niños con autismo y síndrome de Asperger son tan torpes en su comportamiento motor como lo son socialmente. Las anormalidades motoras en el autismo tienen las características de precedencia y universalidad que caracterizan un síntoma central. De acuerdo con Ornitz et al. (1977), a los 6 meses de edad, los niños autistas tienen retrasos notables en el logro de sus hitos motores. La magnitud de la demora aumenta durante la segunda mitad de su primer año de vida. La presencia de habilidades motoras retrasadas a los 2 años de edad es el factor distintivo más claro para los niños que continúan cumpliendo con los criterios de diagnóstico para trastorno del espectro autista (TEA) a los 4 años (Sutera, et al. 2007). Estas anormalidades motoras no se identifican fácilmente en un examen neurológico de rutina y las tasas de prevalencia dependen del número y los tipos de síntomas examinados. En un estudio reciente de 154 niños con TEA, la hipotonía fue el síntoma más común (51%), seguido de apraxia (41%), caminar en puntillas (25%), retraso motor grueso (12%) y movilidad reducida del tobillo (2%) (Ming et al., 2007). Estos déficits motores se observan temprano en la infancia en la mayoría de los pacientes examinados y parecen mejorar con el tiempo (Ming et al., 2007).
Otro estudio reciente, que usó la Prueba de Desarrollo Motriz Grueso en TEA (Test of Gross Motor Development in ASD), reveló que todos los pacientes tenían habilidades locomotoras por debajo de la media y que la mayoría tenían similares deficiencias en las habilidades para poder controlar objetos (Berkeley et al., 2001). Subyacente a los déficits de habilidad motora en el autismo y el síndrome de Asperger se encuentra una dispraxia o una incapacidad para planificar, organizar y ejecutar movimientos. Se ha estimado que el 80% de los individuos autistas muestran una “dispraxia motora” (Weimer et al., 2001). La prevalencia de dispraxia es mayor en niños que en niñas y a menudo se asocia con trastornos del sueño y disfunción de la integración sensorial. La dispraxia también se ha relacionado con dificultades de secuenciación y lenguaje, así como con el mantenimiento de la atención. Por lo tanto, no es sorprendente que un estudio reciente de dispraxia en el autismo se haya concluido que “… la praxis en niños con autismo está fuertemente correlacionada con los impedimentos sociales, comunicativos y de comportamiento que definen el trastorno, lo que sugiere que la dispraxia puede ser una característica central del autismo o un marcador de las anormalidades neurológicas subyacentes al trastorno” (Dziuk et al., 2007, página 734).
Este déficit es específico al autismo en comparación con otras discapacidades del desarrollo neurológico, como por ejemplo, el TDAH (MacNeil y Mostofsky, 2012). La base neurológica de la dispraxia es desconocida. A las personas con TEA les va peor que a los controles en diferentes pruebas del examen neurológico: el Romberg modificada, marcha en tándem y cuando se prueba la aposición repetitiva de los dedos (Weimer et al., 2001). El patrón de síntomas elimina la posibilidad de que esto sea una anormalidad vestibular. En el caso de los individuos con TEA, el déficit aparenta estar en la corteza del cerebro y sus conexiones.
La discusión anterior puede ser de importancia práctica. Recuerdo haber visto a Mel Kaplan entrevistar a un paciente para ejercicios visuomotores. Esa mañana en particular, el paciente era bastante quisquilloso y poco cooperativo. Mel afirmó que el paciente había perdido su sentido de posición del cuerpo (propiocepción) y colocó una pequeña bolsa de frijoles sobre su cabeza. Casi de inmediato, el paciente comenzó a comportarse mejor y a ser más cooperativo. Por la misma razón, soy un ferviente defensor de proporcionar clases de natación a personas autistas como parte de los planes de estudio. La presión del agua circundante es tranquilizadora para muchos de ellos. Esta puede ser la misma razón por la cual los chalecos ajustados o la máquina exprimidora (hug o squeeze machines) parecen tener un efecto calmante en los pacientes. Una anormalidad en la detección de nuestro propio plan corporal es extremadamente incapacitante pero no exclusivo del autismo.
Para aquellos interesados, puede encontrar material de lectura adecuado en:
Casanova MF. Autism Updated: Symptoms, Treatments and Controversies
Referencias
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